La
utopía como consumo
La
utopía, ese género literaria que allá por el siglo XVI fundara el
bueno de Sir Thomas Moro antes de perder la cabeza en el cadalso, no
goza de muy buena salud. Ni la utopía literaria ni la utopía
política. Ambas están profundamente interrelacionadas y ambas son
dos formas de narración, entendiendo como narración un horizonte de
expectativas. Creo que la utopía es el resultado de un estado del
imaginar colectivo que se produce en el interior de las sociedades y
que tiene sus orígenes en dos causas principales: bien por la
existencia de un estado general de opresión caracterizado por la
dictadura del esto es lo que hay que obliga, a modo de supervivencia
mental, a desplazar los imaginarios hacia lo aparentemente imposible:
el sueño de la liberación, o bien, por un estado de ánimo social
donde se vislumbra como deseo alcanzable un horizonte de vida feliz,
justa y razonable, cargado de euforia e ilusión que propicia la
construcción de nuevas y favorables verosimilitudes acerca de la
convivencia social. En el primer caso, el imaginar colectivo, la
ideología dominante puede encaminarse tanto hacia la utopía como
hacia la distopía siendo hacia este último camino que la literatura
de las últimas décadas parece haberse encaminado de modo
preferente. Sin duda el deterioro de los paradigmas del socialismo,
el cuestionamiento de la idea de progreso, la amenaza creciente de
los vectores de insostenibilidad ecológica y la propia crisis
económica han facilitado este triunfo de las muy neoliberales
ideologías del egoísmo en las que el sálvese quien pueda se ha
establecido como único y cínico horizonte posible.
La
literatura, en cuanto sistema de creación de imaginarios colectivos
e individuales recoge, refleja y reproduce la mirada y las
expectativas con que en cada momento histórico una sociedad o una
civilización se enfrenta al futuro. Sabemos al respecto que la
lectura del devenir, la memoria del futuro, tiene un mucho de juicio
sobre el presente elaborado en clave de profecía de salvación o
condena.
Como
paradigma utopía literaria de salvación quizá nada podamos alegar
como más representativo que la novela Noticias de ninguna parte. Su
autor, William Morris (1834-1896) es un claro representante de una
fracción, ilustrada y esteticista, de la burguesía acomodada
británica que acompaña el movimiento socialista del XIX y que, más
allá de sus raíces humanistas, acaba por apoyar el movimiento
emancipador aún sin renunciar a una idea idílica sobre la sociedad
comunista del futuro. La figura de Morris tiende, equivocadamente a
mi entender, a ser situada en las coordenadas del socialismo utópico
acaso por la presencia en sus escritos del componente humanista
señalado y por su hincapié en el trabajo manual como clave de la
necesaria desalienación. Noticias de ninguna parte es una
utopía singular que transcurre en un topos concreto: la futura
Inglaterra del siglo XXI. Publicada en 1890 nos cuenta la aventura de
un miembro de la Liga Socialista que se ve transportado en el tiempo
a una idílica Inglaterra que ha superado el capitalismo, atravesado
la etapa de la dictadura del proletariado, cruzado el momento
socialista de a cada uno según su trabajo y ha alcanzado el momento
de una sociedad comu-nal en el que cada uno recibe según sus
necesidades, y en la que el Estado ha desaparecido para dar lugar a
la mera administración de las cosas.
En
estos tiempos en que el capitalismo parece haber dejado de ser
doctrina para presentarse como estado natural, esta novela podrá
parecer ingenua, es decir, utópica. Porque, parece obvio, la
ingenuidad es sin duda uno de los prejuicios descalificativos con que
se ha venido caracterizando a la utopía como género literario en
clara contraposición al celebrado duro realismo donde
estilísticamente se ubica a la gran mayoría de las narraciones
distópicas, desde Rebelión en la granja hasta El señor
de las moscas. En la novela de Morris sin embargo nada hay de
ingenuo puesto que las relaciones sociales que la novela como punto
de llegada ofrece: el papel de la educación, la condición de
género, el control y dirección de la producción, la relación con
la naturaleza, la canalización social de las pasiones, el papel del
arte, la motivaciones del trabajo, los nacionalismos, o, el trato
hacia las minorías y la disidencia no impide el trazo del duro
camino histórico hasta la arribada: organización del enfrentamiento
con el capital, la violencia coactiva revolucionaria, la lucha contra
los errores de un autoritarismo que se presenta como atajo, la
dificultad en la determinación de las necesidades, el peligroso uso
de tecnologías alienadoras. La novela, más allá de sus cualidades
literarias, es plenamente representativa de las bases éticas sobre
las que la utopía como género narrativo descansa: la justicia y la
razón.
Hoy
la estéticas literarias dominantes, como buen reflejo que son de las
categorías políticas y sociales en que nos movemos, no solo parecen
impedir sino que rechazan aquellas narraciones que se apoyen en las
bases éticas mencionadas sobre todo si estas a su vez remiten sin
subterfugios al socialismo emancipador en cuyo caso serían
inmediatamente acusadas de reduccionismo ,dogmatismo, desequilibrio
formal o cualquier otro adjetivo condenatorio. Ni siquiera en estos
momentos en los que la crisis económica parecería haber legalizado
literaturas con mayor atención a lo social el pensamiento utópico
parece haber alcanzado mayor legitimación. La mayoría de lo que hoy
se nombra como novelas sociales no dejan de ser novelas de la
quejumbre existencial bañadas en un neocostumbrismo más crudo que
cocido donde la ambigüedad o la contradicción mantienen su papel de
coartadas literariamente legitimadoras. Y sin embargo hoy las
narraciones utópicas no solo existen sino que nos inundan.
Narraciones que cuajan en soportes y discursos que hasta hace poco se
situaban en territorios de la comunicación extraliteraria pero que
hoy parecen haber hecho saltar las fronteras entre unos y otros modos
de expresión y comunicación. La utopía se ha refugiado en esa gran
narración que la publicidad construye en todo momento para nosotros
y nosotras. La utopía ha encontrado en el anuncio su modelo
narrativo perfecto. Narraciones que apenas duran treinta segundos
pero en los que la felicidad es la promesa imparable y cumplida.
La
publicidad – y anexos como el reportaje de viajes, el catálogo de
novedades o la reseña de restaurante tres estrellas michelín y
hoteles de ensueño- son hoy la utopía que se pone al alcance de
nuestra imaginación. Utopía que ya no se fundamente en la justicia
o la razón sino en el glamour y el dinero. La utopía como bien de
consumo, como derecho, como revolución. Si Tomás Moro levantara la
cabeza sin duda se la cortaría sin necesidad de acudir al verdugo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario