miércoles, 1 de noviembre de 2017

El capitalismo que viene


El capitalismo que viene
 
                                                      C. B.


Todo lo que es –en tanto que todavía no es- será transformado. Marco Aurelio.

Quizá convenga recordar ante todo que fuimos, somos y seremos explotados por el capitalismo antes de la crisis, durante la crisis y después de la crisis. Y que por supuesto también lo estamos siendo ahora que el capitalismo, no nosotros, está saliendo de la crisis. Para que el capitalismo saliera de ella lo necesario era no solo que el PIB se incrementase de manera constante sino que la tasa de ganancia media del capital volviera a crecer. Y lo está haciendo. A base de reajustar los costes de producción- un 20% de media desde 2008- y de refrenar la sobreproducción y la velocidad del dinero circulante. Se trataba en definitiva de reequilibrar la brecha entre las tasas de beneficio del capital productivo y del capital financiero, entre las expectativas de ganancia y la realidad contable. Al fin y al cabo ese fue el punto donde se hizo visible el crack del 2008: la crisis de las subprime como fracaso de las expectativas que el crédito venía bendiciendo. Y de ahí que la función de la crisis haya consistido en igualar o al menos acercar ambas tasas de ganancia. En esas estamos: reducción del peso de los salarios en relación al PIB, recortes radicales en el salario social sobre el que descansaban “las conquistas” de famoso Estado de bienestar que al parecer disfrutábamos antes del 2008 y reajuste del sistema financiero mediante reordenación subvencionada de los sistema de crédito.

La naturaleza que gobierna el conjunto universal. Marco Aurelio.

La tentación de las izquierdas “paramarxistas” es negar la salida de la crisis o, al menos, poner en cuestión su firmeza. Llamo paramaxistas a aquellas izquierdas que aun aceptando determinadas categorías del marxismo como lucha de clases o plusvalía, entienden el marxismo como una especie de imprecación histórico moral que abordaría el capitalismo más como un modo de conspiración de la avaricia y el egoísmo de los capitalistas que como un modo de producción determinado, en última instancia, por la propia lógica del capital y sus necesidades de subsistencia y reproducción. Un paramarxismo que parece estar descubriendo el Mediterráneo cuando nos da cuenta de que la salida de la crisis solo está siendo algo positivo para el capital y sus agentes y no para los trabajadores que han decrecer su parte de la tarta . Como si para el capitalismo otra salida fuera posible. El paramarxismo del “en primera instancia”.

Y otras cosas hará de su substancia, y a su vez otras de la substancia de aquellas. Marco Aurelio.

Desde ópticas marxistas, aquellas en las que las relaciones entre las primeras y últimas instancias están dialécticamente entrelazadas, tanto o más relevante que denunciar el incremento de los niveles de injusticia social que esta salida neoliberal supone para el mundo del trabajo es analizar las transformaciones que la crisis, en cuanto mecanismo de crecimiento y ajuste, ha producido en el interior de ese capitalismo. Juan Francisco Martín Seco por ejemplo señala (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231049 ) que, al margen de su valoración social y ética, la deflación interna y competitiva a través de la cual el capitalismo ha dado salida a la crisis “afectará exclusivamente a los salarios y a aquellos empresarios, principalmente los pequeños y que carezcan de defensa, mientras que las grandes empresas que actúan en sectores donde la competencia no existe, no solo no asumirán coste alguno sino que incluso verán incrementar sus beneficios”. Alberto Recio pone de manifiesto (http://vientosur.info/spip.php?article12959 ) que la crisis “en gran parte resultado por el modelo de globalización neoliberal, curiosamente ha provocado un reforzamiento (con variantes) de la misma” y “cambios estructurales (como la reforma laboral, la liquidación de un sistema financiero para-público, los ajustes en servicios públicos básicos, la reforma inconclusa del sistema de pensiones…) que conducen a un modelo social de elevadas desigualdades”, mientras que Eddy Sánchez nos hace ver (http://vientosur.info/spip.php?article12964 ) que la crisis ha supuesto “la irrupción de un nuevo asalariado urbano que seguro va a transformar política y culturalmente la España actual. Una nueva clase trabajadora que crece y se consolida y que va a ser un actor fundamental no solo de las relaciones laborales, sino de la estructura social del país”.

A fin de que el mundo rejuvenezca. Marco Aurelio.

Desde mi punto de visto estas mudanzas en el interior del capitalismo responden a la nueva relevancia que está adquiriendo el parámetro “valor añadido” en el nuevo panorama económico tanto a nivel global como local. El paso de un análisis económico centrado en el PIB a un entendimiento de la actividad económica en función del peso de ese factor VA que, sin ser algo nuevo, sí ha incrementado su interés a la hora determinar las claves del comercio internacional y su intervención en el proceso de reconfiguración y reestructuración de la división internacional del trabajo que se ha puesto me marcha: economías de alto, medio y bajo Valor Añadido. Valor añadido o agregado como aquel valor económico adicional que adquieren los bienes y servicios al ser transformados durante los procesos de producción. Y en esa reestructuración, mal que nos pese y por más que la socialdemocracia o la izquierda paramarxista nos desee o prometa otro destino, nuestra economía está condenada a moverse en rangos de valor añadido medio y bajo: mayormente una economía de hostelería, turismo y bajos costes de elaboración y con tecnologías de producción controladas por las franquicias multinacionales de la automoción y la comunicación. Una economía dependiente de las economías europeas que, como Alemania o Francia , aun contando con estructuras de más alta productividad, no dejan de ser a su vez economías competitivas pero satélites de aquella economía USA que cuenta, entre otras tecnologías de alto valor añadido, con la herramienta económica básica: el control del dólar en cuanto moneda patrón, al menos de momento, de valorización e intercambio. Ese es el capitalismo que viene, el capitalismo del siglo XXI y es desde el interior de ese capitalismo que las comunistas y los comunistas debemos construir la alternativa revolucionaria, nuestro qué hacer.


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El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo Mundial. Rosa Luxemburgo.


Hablábamos del factor Valor Añadido, VA, como elemento clave en el proceso de reestructuración de la división internacional del trabajo que está en el origen de una convivencia asimétrica de economías de alto, medio y bajo VA , y de como en ese proceso nuestra economía está condenada a moverse en rangos de valor añadido medio y bajo. Como señala Alberto Garzón en su artículo Propuestas para un nuevo país (MO Septiembre 2017), de imprescindible lectura y que en sí mismo valdría como punto de partida para cualquier manifiesto programa de nuestro partido: “España ha quedado en una estructura basada en sectores de bajo valor añadido y con escasa intensidad tecnológica. Sectores como el turismo altamente estacional y con salarios un 40% inferiores a los industriales”. También a este factor VA habría que achacar el incremento acelerado en nuestra geografía económica de las desigualdades y desequilibrios internos con la presencia de algunos territorios como Euskadi, Catalunya, Valencia o Madrid con altas tasas de productividad y destacado valor añadido. Una diferenciación económica que explicaría en parte las tentaciones insolidarias entre comunidades o regiones con tan distinto tejido social. Ese capitalismo insolidario no es nada nuevo ni en nuestra historia ni en el panorama nacional e internacional, pero sí puede considerarse como novedoso el incremento acelerado en la formación de las subjetividades personales o colectivas de un “sálvese quién pueda” que no deja de provocar turbulencias en la institución Estado que, precisamente por ser el consejo de administración de la clase dominante, está obligado, para su supervivencia a regular y apaciguar las tensiones competitivas que en su interior puedan estarse produciendo.

Es una contradicción histórica viva en sí misma. R. L.

Como cualquier organización social que se integre en el funcionamiento de un Estado concreto, dentro a su vez de un determinado contexto internacional, nuestro partido, el partido comunista, el partido de nosotros las comunistas y los comunistas, funciona sometido a un dilema que trata de resolver en cada momento negociando en el interior del propio dilema, es decir, sin resolverlo, lo que le pone en situación de convertirse en un organismo bipolar, esquizofrénico o, al menos, estereofónico. Ese dilema viene determinado por la dualidad de sus objetivos: por un lado su objetivo final: la toma del poder y la destrucción de la burguesía; por otro su objetivo inmediato: defensa y mejora de sus condiciones de vida del proletariado. Dicho más claramente: obligado a presentarse a la vez como un partido reformista que trata de arreglar desequilibrios y como un partido revolucionario encaminado a la creación de aquellas condiciones que permitan en un momento determinado derrocar a la burguesía de sus dominio económico, social, cultural y- no lo olvidemos- militar.

Una manta no puede desviar las balas. R. L.

Este dilema atraviesa al partido de manera inevitable aunque de modo y en grados muy variables según resulte el peso que en cada momento concreto, en cada “situación actual”, se conceda a cada uno de estos espacios que el dilema ofrece. Alguien sin duda podrá encontrar en nuestro corpus teórico que tal dilema no es tal, que justamente la filosofía de la praxis que la base marxista del partido supone, permite ajustar e integrar dialécticamente en una sola estrategia ambos movimientos. Y no vamos a decir que no es así sino simplemente señalar que esa necesidad de integración es la mejor prueba de que esa tensión existe y se produce de manera permanente, obligando al partido a dividir sus metas en un “aquí y ahora” y en el “destino final”. Sin duda ambos momentos deben y pueden actuar de manera complementaria pero el grado de presencia de una y otra meta teñirá en algunos momentos al partido de un perfil reformista mientras que en otros se intensificará la intención revolucionaria.


La revolución es el único factor que diferencia a la democracia social del radicalismo burgués. R. L.

La crisis de 2008 creo que viene siendo uno de esos momentos en que la dualidad de objetivos se manifiesta de manera bastante evidente. Como la mayoría de los estudios más fiables vienen indicando, la salida de la crisis se está produciendo aplicando reducción de los gastos de producción con el consiguiente recorte de salarios, rebaja de costes de los recursos naturales e incremento de productividad vía valor añadido de los capitales con mayor y más eficiente tecnología. En un escenario así y en un contexto de debilidad, al menos relativa, del proletariado ¿qué hacer?¿dedicarse a proponer reformas y leyes para que esa salida sea lo menos dañina posible para las condiciones de vida del proletariado ? ¿trabajar dentro y fuera de las instituciones para que esa salida se frustre, ahonde y haga aflorar la incompatibilidad entre los intereses del capital y los interese del mundo del trabajo?

Empezar a tocar con los diez dedos las teclas de la Historia del Mundo. R. L.

En la mecánica retórica tradicional, como partido revolucionario, se concede prioridad al objetivo final, el derrocamiento del sistema capitalista buscando concentrar sus fuerzas en el logro de aquellas condiciones objetivas y subjetivas que coloquen al proletariado en “estado de revolución”: el partido como instrumento de lucha y combate, como instrumento de agitación y propaganda, como mecanismo para la ampliación e intensificación del conflicto entre capital y trabajo, como herramienta para bloqueo de los atenuantes de las crisis. Mientras que como partido reformista participa en la lucha con su presencia en las instituciones que el sistema permite: parlamento, sindicatos, comunidades autónomas, municipios, asociaciones de carácter publico o privado, movimiento sociales, es decir, en las instancias propias de la sociedad civil constitucional.

Si alguna vez ha habido necesidad de una rebelión de esclavos, es ahora. R. L.

Es así que algunas veces da la impresión, y esa impresión actúa sobre la creación del imaginario que la sociedad en general y el proletariado en particular se hace respecto a nuestro partido, de que estamos dedicando todas nuestras fuerzas a “mejorar el capitalismo”, a “que funcione mejor”, a “evitar o corregir los errores del capital , denunciando no el capitalismo sino lo que el capitalismo está haciendo mal. Es decir, a veces damos la impresión de estar diciendo que nosotros seríamos capaces de gestionar mejor este capitalismo o que, en aras de mejorar la condición del proletariado, incluso lo sacaríamos con mayor eficiencia de la crisis en que está metido. Y no, no se trata de que se nos vote para que gestionemos mejor el capitalismo. Y no, no se trata de que nosotros vayamos a garantizar a los jóvenes que, bajo un imposible capitalismo “a nuestras órdenes”, van a tener buenas pensiones el día de mañana, vivienda propia en propiedad o masters subvencionados en administración de empresas y recursos humanos para ellos, sus hijos y sus nietos. Lo que sí hay que conseguir es que esos jóvenes y el conjunto de los trabajadores y trabajadores, tengan no solo la impresión sino la evidencia de que los y las comunistas estamos aquí para que con su ayuda y apoyo podamos acabar con el capitalismo lo antes posible, sea como sea y nos cueste lo que nos cueste.

Publicado en Mundo Obrero, Octubre 2017



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