El
capitalismo que
viene
C.
B.
Todo
lo que es –en tanto que todavía no es- será transformado. Marco
Aurelio.
Quizá convenga
recordar ante todo que fuimos, somos y seremos explotados por el
capitalismo antes de la crisis, durante la crisis y después de la
crisis. Y que por supuesto también lo estamos siendo ahora que el
capitalismo, no nosotros, está saliendo de la crisis. Para que el
capitalismo saliera de ella lo necesario era no solo que el PIB se
incrementase de manera constante sino que la tasa de ganancia media
del capital volviera a crecer. Y lo está haciendo. A base de
reajustar los costes de producción- un 20% de media desde 2008- y de
refrenar la sobreproducción y la velocidad del dinero circulante. Se
trataba en definitiva de reequilibrar la brecha entre las tasas de
beneficio del capital productivo y del capital financiero, entre las
expectativas de ganancia y la realidad contable. Al fin y al cabo
ese fue el punto donde se hizo visible el crack del 2008: la crisis
de las subprime como fracaso de las expectativas que el
crédito venía bendiciendo. Y de ahí que la función de la crisis
haya consistido en igualar o al menos acercar ambas tasas de
ganancia. En esas estamos: reducción del peso de los salarios en
relación al PIB, recortes radicales en el salario social sobre el
que descansaban “las conquistas” de famoso Estado de bienestar
que al parecer disfrutábamos antes del 2008 y reajuste del sistema
financiero mediante reordenación subvencionada de los sistema de
crédito.
La
naturaleza que gobierna el conjunto universal. Marco
Aurelio.
La
tentación de las izquierdas “paramarxistas” es negar la salida
de la crisis o, al menos, poner en cuestión su firmeza.
Llamo
paramaxistas a aquellas izquierdas que aun aceptando determinadas
categorías del marxismo como lucha de clases o plusvalía, entienden
el marxismo como una especie de imprecación
histórico moral que abordaría
el capitalismo más como un modo de conspiración de la
avaricia y el
egoísmo
de los
capitalistas
que como un modo de producción determinado,
en última instancia, por la propia lógica
del
capital y sus necesidades de subsistencia y reproducción. Un
paramarxismo que parece estar descubriendo el Mediterráneo
cuando nos da cuenta de que la salida de la crisis solo está
siendo algo
positivo
para el capital y sus agentes y no para los trabajadores que
han decrecer su parte de la tarta .
Como si para el capitalismo otra salida fuera posible. El
paramarxismo del “en primera instancia”.
Y
otras cosas hará de su substancia, y a su vez otras de la substancia
de aquellas. Marco
Aurelio.
Desde
ópticas marxistas, aquellas en las que las relaciones entre las
primeras y últimas instancias están dialécticamente entrelazadas,
tanto o más relevante que denunciar el incremento de los niveles de
injusticia social que esta salida neoliberal supone para el mundo del
trabajo es analizar las transformaciones que la crisis, en cuanto
mecanismo de crecimiento y ajuste,
ha
producido en
el interior de ese capitalismo.
Juan
Francisco Martín Seco por
ejemplo señala (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231049
) que, al margen de su valoración social y ética, la deflación
interna y competitiva a través de la cual el capitalismo ha dado
salida a la crisis “afectará exclusivamente a los salarios y a
aquellos empresarios, principalmente los pequeños y que carezcan de
defensa, mientras que las grandes empresas que actúan en sectores
donde la competencia no existe, no solo no asumirán coste alguno
sino que incluso verán incrementar sus beneficios”. Alberto
Recio pone de manifiesto (http://vientosur.info/spip.php?article12959
) que la crisis “en
gran parte resultado por el modelo de globalización neoliberal,
curiosamente ha provocado un reforzamiento (con variantes) de la
misma” y
“cambios estructurales (como la reforma
laboral, la liquidación de un sistema financiero para-público, los
ajustes en servicios públicos básicos, la reforma inconclusa del
sistema de pensiones…) que conducen a un modelo social de elevadas
desigualdades”, mientras que Eddy Sánchez nos hace ver
(http://vientosur.info/spip.php?article12964
) que la crisis ha supuesto “la irrupción de un nuevo asalariado
urbano que seguro va a transformar política y culturalmente la
España actual. Una nueva clase trabajadora que crece y se consolida
y que va a ser un actor fundamental no solo de las relaciones
laborales, sino de la estructura social del país”.
A
fin de que el mundo rejuvenezca. Marco
Aurelio.
Desde mi punto de
visto estas mudanzas en el interior del capitalismo responden a la
nueva relevancia que está adquiriendo el parámetro “valor
añadido” en el nuevo panorama económico tanto a nivel global como
local. El paso de un análisis económico centrado en el PIB a un
entendimiento de la actividad económica en función del peso de ese
factor VA que, sin ser algo nuevo, sí ha incrementado su interés a
la hora determinar las claves del comercio internacional y su
intervención en el proceso de reconfiguración y reestructuración
de la división internacional del trabajo que se ha puesto me marcha:
economías de alto, medio y bajo Valor Añadido. Valor añadido o
agregado como aquel valor económico adicional que adquieren los
bienes y servicios al ser transformados durante los procesos de
producción. Y en esa reestructuración, mal que nos pese y por más
que la socialdemocracia o la izquierda paramarxista nos desee o
prometa otro destino, nuestra economía está condenada a moverse en
rangos de valor añadido medio y bajo: mayormente una economía de
hostelería, turismo y bajos costes de elaboración y con
tecnologías de producción controladas por las franquicias
multinacionales de la automoción y la comunicación. Una economía
dependiente de las economías europeas que, como Alemania o Francia ,
aun contando con estructuras de más alta productividad, no dejan de
ser a su vez economías competitivas pero satélites de aquella
economía USA que cuenta, entre otras tecnologías de alto valor
añadido, con la herramienta económica básica: el control del
dólar en cuanto moneda patrón, al menos de momento, de valorización
e intercambio. Ese es el capitalismo que viene, el capitalismo del
siglo XXI y es desde el interior de ese capitalismo que las
comunistas y los comunistas debemos construir la alternativa
revolucionaria, nuestro qué hacer.
*
El capitalismo
es la primera forma económica con capacidad de desarrollo Mundial.
Rosa Luxemburgo.
Hablábamos del
factor Valor Añadido, VA, como elemento clave en el proceso de
reestructuración de la división internacional del trabajo que está
en el origen de una convivencia asimétrica de economías de alto,
medio y bajo VA , y de como en ese proceso nuestra economía está
condenada a moverse en rangos de valor añadido medio y bajo. Como
señala Alberto Garzón en su artículo Propuestas para un nuevo país
(MO Septiembre 2017), de imprescindible lectura y que en sí mismo
valdría como punto de partida para cualquier manifiesto programa de
nuestro partido: “España ha quedado en una estructura basada en
sectores de bajo valor añadido y con escasa intensidad tecnológica.
Sectores como el turismo altamente estacional y con salarios un 40%
inferiores a los industriales”. También a este factor VA habría
que achacar el incremento acelerado en nuestra geografía económica
de las desigualdades y desequilibrios internos con la presencia de
algunos territorios como Euskadi, Catalunya, Valencia o Madrid con
altas tasas de productividad y destacado valor añadido. Una
diferenciación económica que explicaría en parte las tentaciones
insolidarias entre comunidades o regiones con tan distinto tejido
social. Ese capitalismo insolidario no es nada nuevo ni en nuestra
historia ni en el panorama nacional e internacional, pero sí puede
considerarse como novedoso el incremento acelerado en la formación
de las subjetividades personales o colectivas de un “sálvese quién
pueda” que no deja de provocar turbulencias en la institución
Estado que, precisamente por ser el consejo de administración de la
clase dominante, está obligado, para su supervivencia a regular y
apaciguar las tensiones competitivas que en su interior puedan
estarse produciendo.
Es una
contradicción histórica viva en sí misma. R. L.
Como cualquier
organización social que se integre en el funcionamiento de un Estado
concreto, dentro a su vez de un determinado contexto internacional,
nuestro partido, el partido comunista, el partido de nosotros las
comunistas y los comunistas, funciona sometido a un dilema que trata
de resolver en cada momento negociando en el interior del propio
dilema, es decir, sin resolverlo, lo que le pone en situación de
convertirse en un organismo bipolar, esquizofrénico o, al menos,
estereofónico. Ese dilema viene determinado por la dualidad de sus
objetivos: por un lado su objetivo final: la toma del poder y la
destrucción de la burguesía; por otro su objetivo inmediato:
defensa y mejora de sus condiciones de vida del proletariado. Dicho
más claramente: obligado a presentarse a la vez como un partido
reformista que trata de arreglar desequilibrios y como un partido
revolucionario encaminado a la creación de aquellas condiciones que
permitan en un momento determinado derrocar a la burguesía de sus
dominio económico, social, cultural y- no lo olvidemos- militar.
Una manta no
puede desviar las balas. R. L.
Este dilema
atraviesa al partido de manera inevitable aunque de modo y en grados
muy variables según resulte el peso que en cada momento concreto,
en cada “situación actual”, se conceda a cada uno de estos
espacios que el dilema ofrece. Alguien sin duda podrá encontrar en
nuestro corpus teórico que tal dilema no es tal, que justamente la
filosofía de la praxis que la base marxista del partido supone,
permite ajustar e integrar dialécticamente en una sola estrategia
ambos movimientos. Y no vamos a decir que no es así sino simplemente
señalar que esa necesidad de integración es la mejor prueba de que
esa tensión existe y se produce de manera permanente, obligando al
partido a dividir sus metas en un “aquí y ahora” y en el
“destino final”. Sin duda ambos momentos deben y pueden actuar
de manera complementaria pero el grado de presencia de una y otra
meta teñirá en algunos momentos al partido de un perfil reformista
mientras que en otros se intensificará la intención revolucionaria.
La revolución
es el único factor que diferencia a la democracia social del
radicalismo burgués. R. L.
La crisis de 2008
creo que viene siendo uno de esos momentos en que la dualidad de
objetivos se manifiesta de manera bastante evidente. Como la mayoría
de los estudios más fiables vienen indicando, la salida de la crisis
se está produciendo aplicando reducción de los gastos de producción
con el consiguiente recorte de salarios, rebaja de costes de los
recursos naturales e incremento de productividad vía valor añadido
de los capitales con mayor y más eficiente tecnología. En un
escenario así y en un contexto de debilidad, al menos relativa, del
proletariado ¿qué hacer?¿dedicarse a proponer reformas y leyes
para que esa salida sea lo menos dañina posible para las condiciones
de vida del proletariado ? ¿trabajar dentro y fuera de las
instituciones para que esa salida se frustre, ahonde y haga aflorar
la incompatibilidad entre los intereses del capital y los interese
del mundo del trabajo?
Empezar a tocar
con los diez dedos las teclas de la Historia del Mundo. R. L.
En la mecánica
retórica tradicional, como partido revolucionario, se concede
prioridad al objetivo final, el derrocamiento del sistema capitalista
buscando concentrar sus fuerzas en el logro de aquellas condiciones
objetivas y subjetivas que coloquen al proletariado en “estado de
revolución”: el partido como instrumento de lucha y combate, como
instrumento de agitación y propaganda, como mecanismo para la
ampliación e intensificación del conflicto entre capital y trabajo,
como herramienta para bloqueo de los atenuantes de las crisis.
Mientras que como partido reformista participa en la lucha con su
presencia en las instituciones que el sistema permite: parlamento,
sindicatos, comunidades autónomas, municipios, asociaciones de
carácter publico o privado, movimiento sociales, es decir, en las
instancias propias de la sociedad civil constitucional.
Si alguna vez ha
habido necesidad de una rebelión de esclavos, es ahora. R. L.
Es así que algunas
veces da la impresión, y esa impresión actúa sobre la creación
del imaginario que la sociedad en general y el proletariado en
particular se hace respecto a nuestro partido, de que estamos
dedicando todas nuestras fuerzas a “mejorar el capitalismo”, a
“que funcione mejor”, a “evitar o corregir los errores del
capital , denunciando no el capitalismo sino lo que el capitalismo
está haciendo mal. Es decir, a veces damos la impresión de estar
diciendo que nosotros seríamos capaces de gestionar mejor este
capitalismo o que, en aras de mejorar la condición del proletariado,
incluso lo sacaríamos con mayor eficiencia de la crisis en que está
metido. Y no, no se trata de que se nos vote para que gestionemos
mejor el capitalismo. Y no, no se trata de que nosotros vayamos a
garantizar a los jóvenes que, bajo un imposible capitalismo “a
nuestras órdenes”, van a tener buenas pensiones el día de mañana,
vivienda propia en propiedad o masters subvencionados en
administración de empresas y recursos humanos para ellos, sus hijos
y sus nietos. Lo que sí hay que conseguir es que esos jóvenes y el
conjunto de los trabajadores y trabajadores, tengan no solo la
impresión sino la evidencia de que los y las comunistas estamos aquí
para que con su ayuda y apoyo podamos acabar con el capitalismo lo
antes posible, sea como sea y nos cueste lo que nos cueste.
Publicado
en Mundo Obrero, Octubre 2017
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