Febrero
1917: ¿Una revolución espontánea?
“Lo
único que puede afirmarse es que se tirotean el pasado y el futuro”
L.
Trotsky
1.-
La Historia como intención.
No
nos engañemos, la historiografía dominante es profundamente
anticomunista y esa actitud, latente o expresa, se evidencia en todo
lo que mira, toca, interpreta y juzga. A veces de una manera burda y
otras con modos más sutiles, menos evidentes y difíciles de
detectar si no se presta atención a todo el escenario ideológico
presente en un acontecimiento que, aunque concreto, la revolución
rusa de febrero, no deja de estar estrechamente relacionado con el
verdadero objetivo ideológico de esa historiografía anticomunista:
el cuestionamiento de la revolución bolchevique que tendrá lugar
meses más tarde.
A
poco que cualquiera se asome a las muchas historias de la revolución
que se encuentran en nuestro mercado editorial, podrá comprobar la
rara unanimidad con que al referirse a los acontecimientos que tienen
lugar en la Rusia zarista durante ese febrero de 1917, se habla de
revolución espontánea y se recalca y subraya que en su brote,
arranque y estallido, escasa o ninguna relevancia debe concederse a
unos partidos políticos que, a lo más, se sumarían a aquella
coyuntura histórica tratando de orientar las aguas revolucionarias
hacia sus respectivos molinos políticos. Este “negacionismo”,
esta celebración de la espontaneidad de las masas, tan impropio de
ese pensamiento conservador para el que masa es casi sinónimo de
irracionalidad animal, no deja de ser una clara consecuencia de la
intención realmente buscada por la historiografía al uso: minimizar
en lo posible el papel, no tanto de todos los partidos sino, en
concreto, el de uno de ellos: el partido bolchevique.
Sin
negar el carácter de revolución desde abajo que los sucesos de
febrero evidencian, pero para dejar constancia al mismo tiempo del
importante papel que los partidos revolucionarios desempeñaron en
aquellos momentos, trataremos de describir de manera concisa la
secuencia de los hechos. Como es obvio, todo acontecer histórico
tiene antecedentes inmediatos y próximos y otros remotos y el
momento elegido para dar comienzo al relato, aunque subjetivo, no
por ello debe ser arbitrario pues, en toda narración, la selección
del punto de partida deja transparentar la especial mirada
ideológica desde la que la narración de la historia va a
producirse. Al respecto parece conveniente hacer notar que, también
con extraña coincidencia, la mayoría de los historiadores burguesas
proponen el asesinato del monje Rasputín a finales de 1916 como
antecedente u origen de aquella revolución. Elección que por su
relevancia narrativa nos llevaría a conceder primacía en el
desencadenamiento de la historia a la nobleza rusa en sus
discrepancias con la corona zarista. Por nuestra parte mantendremos
el criterio de que esa condición inaugural debe adjudicarse a otros
acontecimientos por cuanto reúnen características de especial peso
y relieve.
2.-Las
fuerzas del futuro.
Hay
constancia de que a partir de la primavera de 1916 se reinicia, a
consecuencia del empeoramiento de sus condiciones de vida y del
rechazo creciente a la guerra, una nueva oleada de huelgas y
manifestaciones violentas por parte del proletariado de las ciudades
con mayor peso industrial. En Octubre de ese mismo año en
Petrogrado, y por iniciativa de los bolcheviques, se inicia en uno de
los talleres de la gran fábrica Putilov una huelga que se extendió
a la totalidad de las grandes fábricas de la ciudad dando lugar a
desórdenes y manifestaciones reprimidas por las fuerzas de la
policía local con la ayuda de las tropas de la guarnición que, en
parte y en algunas ocasiones, he ahí lo inesperado, en lugar de
reprimir confraternizaron con los huelguistas.
En
Petrogrado, el partido bolchevique establece ya en 1915 un comité
dirigido por Chiliápnokov, Zalutski y Molotov que se mantiene
comunicación con los dirigentes que sufren exilio, destierro o
cárcel y trabaja extendiendo sus consignas de paz inmediata tanto
en los medios obreros como en los frentes o cuarteles.
Al
comenzar el año el ejército se descomponía en los frentes de
guerra, había más de un millón de deserciones, el hambre, la
miseria y la subida de los precios alcanzaban inquietantes niveles
y el frío se dejaba sentir con especial crudeza.
Con
ocasión del aniversario del Domingo Sangriento de 9 de enero (22 de
enero según nuestro computo1)
de 1905, el comité bolchevique de Petrogrado prepara una gran
manifestación obrera precedida de una huelga general que recibirá
el apoyo de unos ciento cincuenta mil huelguistas aun cuando las
manifestaciones callejeras apenas alcanzan importancia.
Días
después, resurgen conflictos en la fábrica Putilov, donde trabajan
más de 40.000 obreros, y el 22 de febrero la dirección de la
fábrica decide el cierre patronal dando lugar a tumultos en los que
participan obreros, mujeres y algunos estudiantes..
Para
el 23 de febrero, las organizaciones socialistas habían convocado
diversos actos y marchas para celebrar el “día de la mujer” y
grupos numerosos de ellas a los que se suma toda una marea de
obreros, recorren la ciudad enfrentándose a unas fuerzas de la
policía que intentan que ocupen las calles y avenidas más
céntricas.
En
los días siguientes las huelgas se extienden y los manifestaciones
van reconvirtiéndose en una multitud amenazante de trabajadores y
trabajadoras que intensifican la intervención violenta de la
policía. En la mañana del día 24 militantes de las distintas
organizaciones obreras organizan los primeros soviets procediendo a
la elección de delegados en las fábricas, mientras el comité
bolchevique lanza una declaración indicando que “la consigna de un
gobierno de salud nacional – iniciativa que apoyan los mencheviques
y social revolucionarios además de los constitucionalistas liberales
(kadetes)- es una maniobra conservadora y reclaman la transferencia
de poderes a los obreros y campesinos
Las
revueltas, huelgas y manifestaciones no dejan de crecer y aparecen
las primeras banderas rojas autocracia. Los enfrentamientos entre la
policía y los manifestantes se vuelven cada vez más violentos y,
acosados, los trabajadores, crecidos en sus ánimos ante la no
intervención de los cosacos, asaltan comisarías y se hacen con
armas.
En
la madrugada del 26, domingo, la policía había detenido a más de
un centenar de dirigentes de las organizaciones obreras. Sin embargo
los trabajadores vuelven a tomar las calles y cruzan el Neva helado
bajo el fuego de las ametralladora. Mueren decenas de manifestantes.
y los obreros, aunque logran que una parte de la guarnición del
regimiento Pavlovskii reaccione en su defensa, se acaban retirando a
los suburbios. Crece la ira y numerosos incendios se producen por
toda la ciudad, entre ellos el del Palacio de Justicia
El
27 va a ser el día decisivo. Los obreros afluyen nuevamente a las
fábricas y, en asambleas generales, deciden proseguir la lucha. Los
soldados de tres o cuatro regimientos se sublevan y, en unión de
grupos de obreros, asaltan y destruyen cuarteles de la policía,
entran en los arsenales y se aprovisionan de armas y municiones. A
mediodía toman las cárceles y liberan a los presos políticos.
Cuando llega la noche la batalla parece estar decidida pues casi la
totalidad de las tropas destacadas en la capital se habían pasado a
la insurrección.
Aquella
mañana la Duma desobedece el decreto de su disolución ordenado por
el zar y la mayoría de sus miembros, kadetes,
social-revolucionarios y mencheviques, optan, ante la presión de
las masas triunfantes, por constituir un “Comité provisional de la
Duma” que trata a su vez de presionar al zar y de restablecer el
orden público, y la disciplina militar. Por la tarde tendrá lugar
la primera reunión del “Soviet de obreros y soldados” que
proclama el triunfo de la revolución y decide, entre otros acuerdos,
que en todos sus actos políticos las tropas han de obedecer al
soviet. Nace así una coexistencia de poderes más cerca de la
hostilidad que de la colaboración - el Comité provisional de la
Duma que dará lugar al Gobierno Provisional, Comité ejecutivo del
soviet de Petrogrado-, que se mantendrá hasta la revolución de
Octubre. En la noche del 1 al 2 de marzo, las dos instituciones, se
reúnen para negociar, en condiciones de igualdad un acuerdo. Pero
es evidente que en aquel momento la correlación de fuerzas es
favorable al unos soviets que desde su constitución controlan la
vida pública de la capital, gozan de autoridad antes las
organizaciones obreras, sobre la administración y, lo más
relevante, sobre las tropas.
3.-
La fuerzas del pasado
Para
completar el mapa dinámico de los acontecimientos de febrero es
imprescindible tratar también de resumir los acontecimientos que
protagonizan – y aquí lo de agonizar cuadra mejor que nunca- los
dirigentes políticos y militares sobre los que ha venido
sosteniéndose el régimen autocrático con la figura del Zar Nicolás
II a la cabeza.
Cierto
que la persona del monarca cuando llega 1917 está siendo cuestionada
por parte de la aristocracia, la nobleza, la alta burocracia y la
alta burguesía industrial que ven como la debilidad del régimen, la
desastrosa conducción de la guerra y la impopularidad de la
familia real están creando un ambiente de malestar que pone en
peligro sus estatus y privilegios. Sin embargo estas discrepancias no
llegan a cuajar y la única señal de su existencia acaso se
encuentre en el asesinato, a manos de representantes de la
aristocracia palaciega, de la figura de Rasputín, extraño y
extravagante personaje que goza de los favores de los Romanov. Pero
más allá de este episodio nada podría alegarse sobre un posible
papel activo o cómplice de la burguesía en el desencadenamiento de
los acontecimientos de revuelta, huelga y revolución.
A
las primeras noticias de las protestas y manifestaciones que se
suceden en la capital se les otorga escasa relevancia, y, solo
cuando las revueltas toman proporciones significativas y se conocen
los primeros amotinamientos de soldados y cosacos, el zar y su
entorno tratarán de restablecer, sin éxito, el orden enviando
tropas del frente para reprimir la rebelión de obreros y soldados.
Ante las reticencias de la Duma, el amotinamiento casi general de
los soldados y el triunfo de las revueltas de los obreros del día
27, se decide el envío de tropas de élite y fieles que sin embargo
no llegan nunca a intervenir ante el miedo a que se pongan a favor de
los insurrectos. El 1 de marzo asumiendo que las tropas amotinadas
no obedecen las ordenes de la oficialidad el Zar accede a que la
Duma forme gobierno y sopesa su posible abdicación. Finalmente y
después de comprobar que sus jefes militares le han retirado su
apoyo, decide abdica en la persona de su hermano Miguel quien, luego
de entrevistarse con los representantes de la Duma, va a rechazar
su subida al trono salvo en el caso de que la futura Asamblea
Constituyente se lo pidiera. El día cuatro de marzo entre el
alborozo de la población se hizo público el final de la dinastía
de los Romanov. La revolución de febrero ha terminado. Empieza una
nueva etapa.
4.-
Una espontaneidad largamente preparada.
La
historia de la revolución de febrero parece tener como escenario
casi único Petrogrado. En Moscú las noticias de lo que pasaba en la
capital provocaron las primeras huelgas y manifestaciones y la toma,
sin apenas resistencia, de la Duma municipal. En muchas ciudades de
provincias los movimientos de obreros y la creación de soviets no
empezaron hasta que la revolución triunfa. En ningún sitio salvo
en la capital hubo acción alguna en defensa del viejo régimen. En
la capital se contaron mil cuatrocientos cuarenta y tres muertos y
heridos, de los cuales ochocientos sesenta y nueve pertenecían al
ejército. Sesenta eran oficiales. La prensa burguesa habló de
revolución incruenta minusvalorando la acción violenta de obreros y
soldados, de modo semejante a como la historiografía burguesa
española a analizaría la llamada Transición democrática sin
apenas hacer referencia a las luchas obreras y ciudadanas que
tuvieron lugar lugar en los meses inmediatamente anteriores y
posteriores a la muerte de Franco.
Es
evidente, el relato
ofrecido lo constata que la revolución de febrero fue obra de
los obreros y campesinos, representados éstos por los soldados.
Ahora bien, reconociendo ese claro protagonismo de “los de abajo”
queda abierta la pregunta o preguntas sobre su espontaneidad: ¿La
revolución surgió de manera inesperada o desde el principio fue
impulsada, dirigida o coordinada desde alguna instancia política o
social? ¿Fue o no fue una revolución espontánea? Para poder
responder me parece inevitable tener que recurrir a aquello del “ni
sí ni no sino todos lo contrario”.
Por
espontáneo el diccionario de la Rae ofrece varias acepciones de las
que dos tiene relación con la cuestión planteada: “Que se
produce aparentemente sin causa” y “Que se produce sin
cultivo o cuidados del hombre”. El dilema, aparte de
presentarse como causa de disparidad en las interpretaciones que la
historiografía recoge, tiene, y sobre todo tuvo en su momento, una
importancia política inmediata pues la sutoria concede autoridad y
legitimidad, algo fundamental a la hora de que “el doble poder”,
-Gobierno Provisional, Comité del Soviet de obreros y soldados”-
establezca sus relaciones y dependencias. La “teoría de la
espontaneidad” obviamente restaba autoridad al soviet y además
permitía hacer una lectura “natural” de la caída del Zar sin
tener que adjudicar responsabilidades a las distintas capas sociales,
-nobleza, burguesía, burocracia, ejército, iglesia- que hasta ese
mismo momento habían venido sosteniendo la autocracia. Pero volvamos
al sí ni no sino todo lo contrario.
Ni
sí: si entendemos que una revolución da comienzo cuando el
monopolio del poder se ve cuestionado por un acto de subversión y si
aceptamos que una de las formas más frecuentes de realizarse ese
acto de subversión es la disputa por el espacio público, la
ocupación de las calles, las plazas, los edificios públicos, -
recordemos aquel “la calle es mía” de Fraga Iribarne- parece
claro que aunque las manifestaciones de “día de la mujer”
hubieran sido preparadas por las organizaciones obreras ninguna de
ellas habría planificado que esas manifestaciones, al encontrarse y
mezclarse con las masas de obreros, fueran la chispa que disparase el
conflicto. Dado que ese encuentro de obreros y mujeres reclamando pan
para sus hijos y el fin de la guerra no parece responder a una
voluntad previa podría resultar aceptable hablar de espontaneidad
al menos hasta que las organizaciones obreras del barrio de Viborg
toman la decisión de formar los primeros soviets.
Ni
no: porque más que de espontaneidad habría que hablar de
emergencia, de salida a la superficie de un sentimiento de opresión
y rencor que responde a la conciencia de clase que a lo largo de todo
el movimiento de emancipación obrera, distintos partidos y
organizaciones han venido cultivando entre los trabajadores y
trabajadoras, fomentando tanto la no aceptación pasiva de su
situación así como la necesidad de organizarse a fin de dar
expresión resuelta a su deber y derecho a enfrentarse violentamente
con la clase explotadora. No olvidemos que “el día de la mujer”
con que se inicia la ocupación de las calles, es planteado como un
día de reivindicación y protesta que desafía ese dominio de la
calle que caracteriza física, mental y jurídicamente al poder. La
calle como ese lugar donde “el poder soberano” se manifiesta” y
por lo tanto como ese espacio en donde ese poder puede ser
cuestionado y confrontado.
Sino
todo lo contrario: "La masa se puso en movimiento sola,
obedeciendo a impulso interior inconsciente", escribiría
Stankievich meses después dándole un carácter casi místico a la
acción de aquellas masas de manifestantes. Lo que este autor no se
pregunta es de dónde viene ese impulso interior o, por mejor decir:
quién o quiénes llenaron ese interior de razones, voluntad y fuerza
capaces de transformarse en impulso, en coraje, en voluntad de
intervenir, de irrumpir para interrumpir la opresión. Si se hubiera
hecho esa pregunta quizá entendería que esa espontaneidad, ese
impulso, ese decir basta y hasta aquí hemos llegado, es el resultado
de unas condiciones objetivas: salarios de miseria, inflación
brutal de los precios, el creciente sentimiento de derrota y
fatalismo en la guerra, la falta de alimentos, el frío que no se
puede combatir, pero también de unas condiciones subjetivas que se
han construido con la ayudas de las organizaciones y partidos
revolucionarios que a lo largo de la historia han logrado introducir
esa conciencia, en las fábricas, en los barrios, en los cuarteles,
en los frentes de guerra, en parte de la intelligetsia, en
todos aquellos sectores de la sociedad que viven el capitalismo como
injusticia y sinrazón
Y en ese papel el
trabajo del partido bolchevique fue fundamental. El partido
bolchevique aún cuando el estallido revolucionario coge a las
mayoría de sus dirigentes en el exilio o la cárcel, ha venido
creando entre los trabajadores y soldados la conciencia de que son
ellos los que poseen el derecho a construir su propio destino
recuperando el control de sus vidas. El partido bolchevique que
comparte con el mundo del trabajo su lectura marxista del mundo. Una
lectura que tiene en la historia de La Comuna de París un capítulo
insoslayable y constituyente. Una lectura revolucionaria de las
insurrecciones fracasadas de 1905. Un partido que impulsa de manera
permanente la acción de clase para dar lugar al surgimiento de esa
“espontaneidad” que solo puede entenderse si se acepta que para
legar a ella, a “la espontaneidad de las masas” es necesario
contar con fuerte organización, dura militancia y constante voluntad
revolucionaria.
Solo
desde esa voluntad colectiva en marcha se entiende el estallido de la
revolución de febrero. Una revolución que da lugar a ese doble
poder que a la vez expresa la convivencia de dos revoluciones: una
burguesa de corte democrático y otra proletaria que por diferentes
motivos se ve frenada. En cualquier caso valga decir que en febrero
el futuro gana
su primera batalla y
queda a la espera de dar
su paso definitivo. Tendrá que esperar a Octubre. Pero quienes no
esperan son los bolcheviques. Lenin anuncia su llegada. La
revolución volverá
a llamar a las
puertas de la Historia.
1La
disparidad entre el calendarios juliano por el que se regía Rusia
el el calendario gregoriano que era y es el aceptado por la
mayoría de los países occidentales daba lugar a un diferencia de
fechas de 13 días de adelanto entre el primero y el segundo. En
este comentario utilizaremos las propias de la Rusia de aquel tiempo
señalando en alguna ocasión la correspondiente al calendario
actual.
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