El
Pasmo de Palermo.
Vincenzo Consolo
Literariamente Sicilia más que una isla es una constelación
narrativa. Recordemos al menos tres novelas y tres autores que
confirman este aserto: Conversación en Sicilia, de Elio Vittorini;
El Gatopardo, de Tommaso di Lampedusa; El archivo de Egipto, de
Leonardo Sciascia. En un lugar central dentro de esa constelación
siciliana y con luz propia es necesario incluir esta novela de
Vincenzo Consolo, El Pasmo de Palermo, que hoy presentamos.
Si por
entretenerse entendemos una actividad encaminada a distraernos
de nuestras ocupaciones o preocupaciones principales o a la procura
de un placentero descanso físico o mental, conviene aclarar cuanto
antes que El Pasmo de Palermo no es una novela entretenida. Su
lectura exige esfuerzo. Un esfuerzo placentero pero esfuerzo, y
placentero precisamente porque a la postre resultará un esfuerzo
cabalmente recompensado. Y llamo esfuerzo a ese gasto de energía,
mental en este caso, que supone el mantenimiento del alto grado de
concentración que reclama su lectura. No estamos ante un texto
narrativo usual, propio de la novela mercantil que hoy florece y
triunfa y cuya máxima preocupación está encaminada a construir
tramas y personajes reconocibles y predecibles que faciliten un
transitar complaciente para el lector.
Y no se trata
de que la novela nos cuente algo abstruso o abstracto o difícil de
delimitar. Todo lo contrario. Un narrador impersonal pero muy cercano
a la mirada y a la memoria del protagonista - Gioacchino, un escritor
de prestigio cercano a la setentena ( edad semejante a la de
Consolo)- nos cuenta como éste viaja hasta París para reencontrarse
(más bien desencontrarse) con su hijo Mauro, militante en los años
sesenta en la izquierda radical italiana y que aunque ajeno a la
estrategia de lucha armada que caracterizó aquellos tiempos fue
detenido y acusado de terrorismo si bien lograría huir y exiliarse
evitando su encarcelamiento, un perfil de personaje que recuerda la
trayectoria vital de Toni Negrí. Finalizado el desencuentro - la
imposibilidad de "hablar", de establecer un "dialogo"-
el protagonista decide volver a Sicilia, la tierra de su infancia y
juventud marcada la primera por la muerte violenta de sus padres
durante la ocupación alemana - un episodio en el que Gioacchino
tiene su parte de responsabilidad- y la segunda por el amor y
posterior matrimonio con una amiga de esa dolorida infancia, Lucía,
que acosada por la violencia que acaba por rodear sus vidas - la
mafia hace explotar una bomba en la entrada de su mansión a fin de
poder especular con los terrenos de la finca- terminará sus días en
un manicomio. De regreso a Palermo y mientras intenta concentrarse en
la lectura de viejas publicaciones, nuestro protagonista entra
en contacto casualmente con el juez que investiga a la mafia y cuya
madre es ahora su vecina. Un día y mientras observa la llegada del
juez para la acostumbrada visita filial descubre, impotente, que va a
tener lugar un atentado. Nada puede hacer y la tragedia se consuma.
No está de más añadir que en la novela se trasluce claramente que
la figura de ese juez corresponde a la Paolo Borsellino, el juez
especial antimafia asesinado en Palermo unas semanas después del
atentado contra su compañero el renombrado juez Falcone. Dicho así,
en síntesis, la novela parece tener lo que bien podríamos llamar
"un argumento" entretenido: guerras, amores,
terrorismo, atentados. Pero "ese" no es el argumento. Y ese
no es el argumento porque en El Pasmo de Palermo no se argumenta nada
porque nada se quiere argumentar. Lo que la novela quiere es
"mostrar". No es, en ese sentido, una novela
"demostrativa". Pero tampoco es una novela con vocación de
neutral.
Gioacchino, ese
trasunto cercano al autor, desprecia la novela como género:
"Aborrecía la novela, ese género caduco, corrupto,
impracticable" y como escritor se define por su búsqueda de un
lenguaje no comprometido con la lógica dominante y Vincenzo Consolo
gusta de definirse como un escritor experimentalista que entiende más
la novela como metáfora que como comunicación. La metáfora en
cuanto recurso ante la imposibilidad de decir. La metáfora no como
"ornato del decir" sino como única forma de poder decir lo
que de otra forma sería imposible. De ahí que se hable de la
narrativa de Consolo como de una narrativa poética. Creo que esta
afirmación es un error. No siempre la necesidad de la metáfora
lleva a la poesía. En esta novela, por ejemplo, la necesidad de la
metáfora lleva a una narración más cercana a la composición
pictórica que a la poesía por más que, efectivamente, algunas
veces - muchas en los tránsitos de escenario o en las descripciones-
el lenguaje se tiña de tonalidades propias del poema.
La novela debe su
título, El Pasmo de Palermo, a un cuadro de Rafael que puede verse
en el Museo del Prado. Representa el encuentro doloroso de María con
su hijo Jesús en el momento de una de sus caídas camino al
Calvario. A Gioacchino al contemplar el cuadro le sorprende "una
franja oscura, una luz de ceniza que lo atraviesa por el centro,
ennegrece la cabeza de un caballo, petrifica rostros, movimientos".
Para entender qué
es lo que esta novela quiere de nosotros - y responder a esa pregunta
es el sentido real de toda lectura – creo necesario adoptar más
la actitud de quien contempla un cuadro - buscar el foco de
atracción, la relación de fuerzas que volúmenes y colores
construyen, correleccionar líneas y ecos, encontrar el punto en el
que el cuadro es percibido de modo global que la de quien escucha una
historia en la que los acontecimientos se suceden de un modo
cronológico que a veces oculta más que aclara las relaciones entre
causas y efectos. La novela de Consolo funciona no como un recuento
de sucesos sino como "un modo de copresencia", de
"experiencia compartida" en la que la muerte de los padres,
el recuerdo de una sombra justiciera, el enamoramiento hacia una
figura de la infancia dolorida, la violencia chantajista, la
tentación del terrorismo como vía política o el asesinato mafioso
se petrifican, para mejor hacerse ver, alrededor de "una franja
oscura" en la que acabamos obligados a ver - y por eso esta no
es una novela neutral- el silencioso y terrible asombro de quien
creyéndose inocente descubre en su propio pasmo las huellas de su
culpabilidad.
Pues no, no es esta
una novela entretenida pero ojalá en la literatura española hubiese
un autor con la ambición y el talento de un Vincenzo Consolo para
hacer un retrato tan lúcido y sobrecogedor de esa Sicilia española
que llamamos Euskadi.Por ejemplo.
Constantino Bértolo.
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