miércoles, 7 de diciembre de 2016

Una novela difícil



El Pasmo de Palermo.

                                                    Vincenzo Consolo

Literariamente Sicilia más que una isla es una constelación narrativa. Recordemos al menos tres novelas y tres autores que confirman este aserto: Conversación en Sicilia, de Elio Vittorini; El Gatopardo, de Tommaso di Lampedusa; El archivo de Egipto, de Leonardo Sciascia. En un lugar central dentro de esa constelación siciliana y con luz propia es necesario incluir esta novela de Vincenzo Consolo, El Pasmo de Palermo, que hoy presentamos.
Si por entretenerse entendemos una actividad encaminada a distraer­nos de nuestras ocupaciones o preocupaciones principales o a la procura de un placentero descanso físico o mental, conviene aclarar cuanto antes que El Pasmo de Palermo no es una novela entretenida. Su lectura exige esfuerzo. Un esfuerzo placentero pero esfuerzo, y placentero precisamente porque a la postre resultará un esfuerzo cabalmente recompensado. Y llamo esfuerzo a ese gasto de energía, mental en este caso, que supone el mantenimiento del alto grado de concen­tración que reclama su lectura. No estamos ante un texto narrativo usual, propio de la novela mercantil que hoy florece y triunfa y cuya máxima preocupación está encaminada a construir tramas y personajes reconocibles y predecibles que faciliten un transitar complaciente para el lector.
Y no se trata de que la novela nos cuente algo abstruso o abstracto o difícil de delimitar. Todo lo contrario. Un narrador impersonal pero muy cercano a la mirada y a la memoria del protagonista - Gioacchino, un escritor de prestigio cercano a la setentena ( edad semejante a la de Consolo)- nos cuenta como éste viaja hasta París para reencontrarse (más bien desencontrarse) con su hijo Mauro, militante en los años sesenta en la izquierda radical italiana y que aunque ajeno a la estrategia de lucha armada que caracterizó aquellos tiempos fue detenido y acusado de terrorismo si bien lograría huir y exiliarse evitando su encarcelamiento, un perfil de personaje que recuerda la trayectoria vital de Toni Negrí. Finalizado el desencuentro - la imposibilidad de "hablar", de establecer un "dialogo"- el protagonista decide volver a Sicilia, la tierra de su infancia y juventud marcada la primera por la muerte violenta de sus padres durante la ocupación alemana - un episodio en el que Gioacchino tiene su parte de responsabili­dad- y la segunda por el amor y posterior matrimonio con una amiga de esa dolorida infancia, Lucía, que acosada por la violencia que acaba por rodear sus vidas - la mafia hace explotar una bomba en la entrada de su mansión a fin de poder especular con los terrenos de la finca- terminará sus días en un manicomio. De regreso a Palermo y mientras intenta concentrarse en la lectura de viejas publicacio­nes, nuestro protagonista entra en contacto casualmente con el juez que investiga a la mafia y cuya madre es ahora su vecina. Un día y mientras observa la llegada del juez para la acostumbrada visita filial descubre, impotente, que va a tener lugar un atentado. Nada puede hacer y la tragedia se consuma. No está de más añadir que en la novela se trasluce claramente que la figura de ese juez corresponde a la Paolo Borsellino, el juez especial antimafia asesinado en Palermo unas semanas después del atentado contra su compañero el renombrado juez Falcone. Dicho así, en síntesis, la novela parece tener lo que bien podríamos llamar "un argumento" entreteni­do: guerras, amores, terrorismo, atentados. Pero "ese" no es el argumento. Y ese no es el argumento porque en El Pasmo de Palermo no se argumenta nada porque nada se quiere argumentar. Lo que la novela quiere es "mostrar". No es, en ese sentido, una novela "demostrativa". Pero tampoco es una novela con vocación de neutral.
Gioacchino, ese trasunto cercano al autor, desprecia la novela como género: "Aborrecía la novela, ese género caduco, corrupto, impracticable" y como escritor se define por su búsqueda de un lenguaje no comprometido con la lógica dominante y Vincenzo Consolo gusta de definirse como un escritor experimentalista que entiende más la novela como metáfora que como comunicación. La metáfora en cuanto recurso ante la imposibilidad de decir. La metáfora no como "ornato del decir" sino como única forma de poder decir lo que de otra forma sería imposible. De ahí que se hable de la narrativa de Consolo como de una narrativa poética. Creo que esta afirmación es un error. No siempre la necesidad de la metáfora lleva a la poesía. En esta novela, por ejemplo, la necesidad de la metáfora lleva a una narración más cercana a la composición pictórica que a la poesía por más que, efectivamente, algunas veces - muchas en los tránsitos de escenario o en las descripciones- el lenguaje se tiña de tonalidades propias del poema.
La novela debe su título, El Pasmo de Palermo, a un cuadro de Rafael que puede verse en el Museo del Prado. Representa el encuentro doloroso de María con su hijo Jesús en el momento de una de sus caídas camino al Calvario. A Gioacchino al contemplar el cuadro le sorprende "una franja oscura, una luz de ceniza que lo atraviesa por el centro, ennegrece la cabeza de un caballo, petrifica rostros, movimientos".
Para entender qué es lo que esta novela quiere de nosotros - y responder a esa pregunta es el sentido real de toda lectura – creo necesario adoptar más la actitud de quien contempla un cuadro - buscar el foco de atracción, la relación de fuerzas que volúmenes y colores construyen, correleccionar líneas y ecos, encontrar el punto en el que el cuadro es percibido de modo global que la de quien escucha una historia en la que los acontecimientos se suceden de un modo cronológico que a veces oculta más que aclara las relaciones entre causas y efectos. La novela de Consolo funciona no como un recuento de sucesos sino como "un modo de copresencia", de "experiencia compartida" en la que la muerte de los padres, el recuerdo de una sombra justiciera, el enamoramiento hacia una figura de la infancia dolorida, la violencia chantajista, la tentación del terrorismo como vía política o el asesinato mafioso se petrifican, para mejor hacerse ver, alrededor de "una franja oscura" en la que acabamos obligados a ver - y por eso esta no es una novela neutral- el silencioso y terrible asombro de quien creyéndose inocente descubre en su propio pasmo las huellas de su culpabili­dad.
Pues no, no es esta una novela entretenida pero ojalá en la literatura española hubiese un autor con la ambición y el talento de un Vincenzo Consolo para hacer un retrato tan lúcido y sobrecogedor de esa Sicilia española que llamamos Euskadi.Por ejemplo.
Constantino Bértolo.

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