El
Partido como Frente cultural (y III)
La verdad siempre
es revolucionaria, la revolución también. Martín López Navia
Decíamos que,
entendiendo la cultura como conjunto de referentes comunes, tangibles
e intangibles, utilizados para identificar e impulsar valores
compartidos, nuestro partido, el partido de las y los comunistas,
debería actuar sobre dos frentes absolutamente complementarios:
producir y promocionar las culturas del “nosotros” en tanto
producción de lo común, y combatir y desacreditar “las culturas
del yo” que el capitalismo fomenta. Esto exige aclarar de manera
previa cuáles serían las señas de reconocimiento e identidad de
ese “nosotros” en estos tiempos donde los espacios -la fábrica,
el taller- en los que tradicionalmente la clase trabajadora se
forjaba como clase en lucha han perdido relevancia. Sobre esta
cuestión y más allá de esas transformaciones, importantes sin
duda, que afectan a la construcción del territorio de lo laboral,
parece evidente que, si dejamos de marear la perdiz postfordiana, las
señas de identidad de ese “nosotros” siguen encontrándose tanto
en el origen, en la explotación: somos productores de plusvalía;
como en la meta: la revolución, liberarse del dominio de las
plusvalías para imponer el beneficio común como medida de una nueva
rentabilidad social. De donde se desprende que todo aquello que nos
ayude a construir ese nosotros será parte de esa cultura
revolucionaria que habremos de defender.
La realidad es la
realidad y la posibilidad. Ignacio Gómez de Liaño
Decíamos que la
cultura necesita medios de producción, de circulación y un sistema
de valorización del producto capaz de imponer en los mercados los
criterios de calidad cultural que a esos medios de producción les
interesen. Cultura, por consiguiente, como lógica comercial, como
publicidad, marketing y promoción. Eso es lo que hoy se entiende por
cultura y es en ese entendimiento y desde ese entendimiento que
estamos obligados a trabajar porque la realidad desde la que hay que
transformar, la realidad impuesta, no se escoge.
La cultura es hoy
producto de la propiedad privada y en ese sentido funciona como un
mecanismo de censura que determina qué es lo culto y qué lo inculto
constituyéndose así en la piedra angular sobre la que se edifican
otras posibles oposiciones o divergencias: alta y baja cultura,
cultura de élites y cultura popular, cultura crítica y cultura
oficial, etc. La cultura como aduana, Reservado el Derecho de
Admisión, que da origen a un sistema exclusivista, elitista y
jerarquizado. La cultura como territorio de distinción, a la vez
meta que alcanzar y escalera de ascenso social.
Luchar hoy contra
la propiedad privada, contra el capitalismo cognitivo, es reclamar el
derecho a reapropiarse de la producción social que todos, cada uno a
su manera, hacen posible. A. J. Rodríguez
Esta visión de la
cultura como muralla o fortaleza que poseen los privilegiados es lo
que ha dado lugar a que las organizaciones políticas comprometidas
en la emancipación social de las clases subalternas hayan venido
encaminando sus política culturales hacia el objetivo de lograr su
acceso a esa fortaleza, tanto para romper el monopolio burgués en su
producción como para “democratizar” su disfrute o consumo. Una
política que implicaba, en mayor o menor grado, la conservación y
confirmación de esa cultura burguesa que el proletariado, vía
expropiación de clase, convertiría en herencia y patrimonio.
Política cultural de conquista y asalto y que por tanto demandaba la
puesta en marcha de tácticas de escalada, infiltración y
apropiación. Una política que, en cierto modo y medida, vino a
coincidir con los requerimientos objetivos de un capitalismo
necesitado de una fuerza de trabajo con niveles de formación
adecuados para su integración en las modernas y postmodernas
dinámicas de producción (y consumo) que su desarrollo iba
demandando.
Comenzar a
conocer verdaderamente las palabras, a organizarlas para el porvenir.
Roque Dalton
Estas estrategias de
toma por asalto, infiltración o desclasamiento hacia la cultura
burguesa, resumidas en aquella popular consigna del Ser culto para
ser libre, en ningún momento pareció cuestionar el hecho de que los
contenidos reales de ese mandato seguían respondiendo a los
criterios de la clase que los había impuesto como valores
intemporales y por encima de la pelea, adjudicándole por ejemplo
tanto al Arte (con Mayúscula) como a la Cultura (con Mayúscula) una
autonomía relativa o absoluta que implicaba su ubicación fuera de
la política y la lucha de clases. Ser culto para ser libre sin
cuestionar la naturaleza de ese ser culto determinado por los dueños
de la cultura, es decir, de los medios de producción de la cultura.
Si algo de esa intemporalidad ya se encuentra en un Marx que hereda
de la Ilustración esa visión “independentista” del arte, será
en el contexto de la revolución soviética cuando la cuestión se
plantee de forma radical con ocasión del rechazo por parte del grupo
Prolkult de ese entendimiento de la cultura como herencia deseada. La
cuestión sería zanjada por la intervención directa de Lenin o
Trotsky a favor de su consideración como respetable herencia en
momentos, no lo olvidemos, en que la revolución soviética, acusada
de irresponsabilidad y afán destructivo, se ve necesitada con
urgencia de su reconocimiento como Estado por parte de los gobiernos
burgueses: el Arte como signo y señal de Estado.
Sí, los poetas
deben inventar los medios con que crear el mundo, porque el mundo se
hace, no se conoce. Ignacio Gómez de Liaño
Hablar de cultura
comunista es un ejercicio de política-ficción absurdo. Solo en una
sociedad comunista cabe la posibilidad de una cultura comunista, es
decir, la producción de unos referentes comunes a través de los
cuales esa sociedad comunista se reconozca y construya. Pero esto no
entra en contradicción con el hecho de que un partido revolucionario
necesita intervenir en la orientación y configuración de la cultura
que se quiera como revolucionaria. Cultura revolucionaria que supone
“el cultivo” de una escala de valores no compatibles con el falso
universalismo de una cultura burguesa que fagocita cualquier cultura
por mucho que ésta se presente como cultura crítica. Y en ese
sentido, la defensa de una cultura de asalto (asalto a la cultura
burguesa que es la única que detenta esa condición) debería ser,
al menos, fuertemente cuestionada pues si bien, y como históricamente
se pudo comprobar durante la resistencia antifranquista, tal táctica
facilita la alianza con aquellas fuerzas reformistas que ven así
legitimados -vía su instalación en la cultura crítica- sus deseos
conscientes o inconscientes de formar parte de esa cultura burguesa,
ese no cuestionamiento impide el necesario surgir de una no-cultura
burguesa capaz de resistirse a los cantos de sirena del
colaboracionismo de clase.
Toda escritura
imaginaria solo puede existir como destrucción de lo que impide el
nacimiento de mundos imaginarios. I. Gómez de Liaño
¿Significaría ese
cuestionamiento que se está proponiendo una cultura de Frente Único?
No, ni mucho menos. Lo único que estamos tratando de plantear es la
necesidad de no confundir la estrategia cultural revolucionaria: la
producción de una cultura del común, con las posibles necesidades
tácticas culturales que en cada momento político un partido
revolucionario puede apoyar. Porque, no lo olvidemos, el objetivo de
la cultura es producir conciencia y producir conciencia es producir
organización. El partido como cultura, como conciencia de clase,
como organización de clase, es la conciencia colectiva que debe
dirimir los aquí y ahora de su acción en el campo de la cultura y
determinar si lo conveniente para sus objetivos a corto, medio o
largo plazo – la Historia es ancha aunque no ajena- es generar
modelos culturales propios o bien asumir los criterios de
credibilidad que la clase dominante establece e impone. A ese
respecto, y termino, siempre sorprende la buena intención con la que
desde algunos sectores de la izquierda se pide una prensa propia
“pero con credibilidad” como si no supiéramos que la
credibilidad es un concepto atravesado por una ideología
conservadora que ha impuesto la idea de que la credibilidad proviene
de la imparcialidad, de una deseable ausencia de intereses propios o
partidistas. Seamos parciales y construyamos cultura revolucionaria.
Construir revolución, es decir, preguntarse en todo momento qué es
lo revolucionario.
Publicado en Mundo Obrero Noviembre 2016
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