jueves, 24 de noviembre de 2016

Líneas de batalla cultural (y III)


El Partido como Frente cultural (y III)


La verdad siempre es revolucionaria, la revolución también. Martín López Navia

Decíamos que, entendiendo la cultura como conjunto de referentes comunes, tangibles e intangibles, utilizados para identificar e impulsar valores compartidos, nuestro partido, el partido de las y los comunistas, debería actuar sobre dos frentes absolutamente complementarios: producir y promocionar las culturas del “nosotros” en tanto producción de lo común, y combatir y desacreditar “las culturas del yo” que el capitalismo fomenta. Esto exige aclarar de manera previa cuáles serían las señas de reconocimiento e identidad de ese “nosotros” en estos tiempos donde los espacios -la fábrica, el taller- en los que tradicionalmente la clase trabajadora se forjaba como clase en lucha han perdido relevancia. Sobre esta cuestión y más allá de esas transformaciones, importantes sin duda, que afectan a la construcción del territorio de lo laboral, parece evidente que, si dejamos de marear la perdiz postfordiana, las señas de identidad de ese “nosotros” siguen encontrándose tanto en el origen, en la explotación: somos productores de plusvalía; como en la meta: la revolución, liberarse del dominio de las plusvalías para imponer el beneficio común como medida de una nueva rentabilidad social. De donde se desprende que todo aquello que nos ayude a construir ese nosotros será parte de esa cultura revolucionaria que habremos de defender.

La realidad es la realidad y la posibilidad. Ignacio Gómez de Liaño

Decíamos que la cultura necesita medios de producción, de circulación y un sistema de valorización del producto capaz de imponer en los mercados los criterios de calidad cultural que a esos medios de producción les interesen. Cultura, por consiguiente, como lógica comercial, como publicidad, marketing y promoción. Eso es lo que hoy se entiende por cultura y es en ese entendimiento y desde ese entendimiento que estamos obligados a trabajar porque la realidad desde la que hay que transformar, la realidad impuesta, no se escoge.

La cultura es hoy producto de la propiedad privada y en ese sentido funciona como un mecanismo de censura que determina qué es lo culto y qué lo inculto constituyéndose así en la piedra angular sobre la que se edifican otras posibles oposiciones o divergencias: alta y baja cultura, cultura de élites y cultura popular, cultura crítica y cultura oficial, etc. La cultura como aduana, Reservado el Derecho de Admisión, que da origen a un sistema exclusivista, elitista y jerarquizado. La cultura como territorio de distinción, a la vez meta que alcanzar y escalera de ascenso social.

Luchar hoy contra la propiedad privada, contra el capitalismo cognitivo, es reclamar el derecho a reapropiarse de la producción social que todos, cada uno a su manera, hacen posible. A. J. Rodríguez

Esta visión de la cultura como muralla o fortaleza que poseen los privilegiados es lo que ha dado lugar a que las organizaciones políticas comprometidas en la emancipación social de las clases subalternas hayan venido encaminando sus política culturales hacia el objetivo de lograr su acceso a esa fortaleza, tanto para romper el monopolio burgués en su producción como para “democratizar” su disfrute o consumo. Una política que implicaba, en mayor o menor grado, la conservación y confirmación de esa cultura burguesa que el proletariado, vía expropiación de clase, convertiría en herencia y patrimonio. Política cultural de conquista y asalto y que por tanto demandaba la puesta en marcha de tácticas de escalada, infiltración y apropiación. Una política que, en cierto modo y medida, vino a coincidir con los requerimientos objetivos de un capitalismo necesitado de una fuerza de trabajo con niveles de formación adecuados para su integración en las modernas y postmodernas dinámicas de producción (y consumo) que su desarrollo iba demandando.

Comenzar a conocer verdaderamente las palabras, a organizarlas para el porvenir. Roque Dalton

Estas estrategias de toma por asalto, infiltración o desclasamiento hacia la cultura burguesa, resumidas en aquella popular consigna del Ser culto para ser libre, en ningún momento pareció cuestionar el hecho de que los contenidos reales de ese mandato seguían respondiendo a los criterios de la clase que los había impuesto como valores intemporales y por encima de la pelea, adjudicándole por ejemplo tanto al Arte (con Mayúscula) como a la Cultura (con Mayúscula) una autonomía relativa o absoluta que implicaba su ubicación fuera de la política y la lucha de clases. Ser culto para ser libre sin cuestionar la naturaleza de ese ser culto determinado por los dueños de la cultura, es decir, de los medios de producción de la cultura. Si algo de esa intemporalidad ya se encuentra en un Marx que hereda de la Ilustración esa visión “independentista” del arte, será en el contexto de la revolución soviética cuando la cuestión se plantee de forma radical con ocasión del rechazo por parte del grupo Prolkult de ese entendimiento de la cultura como herencia deseada. La cuestión sería zanjada por la intervención directa de Lenin o Trotsky a favor de su consideración como respetable herencia en momentos, no lo olvidemos, en que la revolución soviética, acusada de irresponsabilidad y afán destructivo, se ve necesitada con urgencia de su reconocimiento como Estado por parte de los gobiernos burgueses: el Arte como signo y señal de Estado.

Sí, los poetas deben inventar los medios con que crear el mundo, porque el mundo se hace, no se conoce. Ignacio Gómez de Liaño

Hablar de cultura comunista es un ejercicio de política-ficción absurdo. Solo en una sociedad comunista cabe la posibilidad de una cultura comunista, es decir, la producción de unos referentes comunes a través de los cuales esa sociedad comunista se reconozca y construya. Pero esto no entra en contradicción con el hecho de que un partido revolucionario necesita intervenir en la orientación y configuración de la cultura que se quiera como revolucionaria. Cultura revolucionaria que supone “el cultivo” de una escala de valores no compatibles con el falso universalismo de una cultura burguesa que fagocita cualquier cultura por mucho que ésta se presente como cultura crítica. Y en ese sentido, la defensa de una cultura de asalto (asalto a la cultura burguesa que es la única que detenta esa condición) debería ser, al menos, fuertemente cuestionada pues si bien, y como históricamente se pudo comprobar durante la resistencia antifranquista, tal táctica facilita la alianza con aquellas fuerzas reformistas que ven así legitimados -vía su instalación en la cultura crítica- sus deseos conscientes o inconscientes de formar parte de esa cultura burguesa, ese no cuestionamiento impide el necesario surgir de una no-cultura burguesa capaz de resistirse a los cantos de sirena del colaboracionismo de clase.

Toda escritura imaginaria solo puede existir como destrucción de lo que impide el nacimiento de mundos imaginarios. I. Gómez de Liaño

¿Significaría ese cuestionamiento que se está proponiendo una cultura de Frente Único? No, ni mucho menos. Lo único que estamos tratando de plantear es la necesidad de no confundir la estrategia cultural revolucionaria: la producción de una cultura del común, con las posibles necesidades tácticas culturales que en cada momento político un partido revolucionario puede apoyar. Porque, no lo olvidemos, el objetivo de la cultura es producir conciencia y producir conciencia es producir organización. El partido como cultura, como conciencia de clase, como organización de clase, es la conciencia colectiva que debe dirimir los aquí y ahora de su acción en el campo de la cultura y determinar si lo conveniente para sus objetivos a corto, medio o largo plazo – la Historia es ancha aunque no ajena- es generar modelos culturales propios o bien asumir los criterios de credibilidad que la clase dominante establece e impone. A ese respecto, y termino, siempre sorprende la buena intención con la que desde algunos sectores de la izquierda se pide una prensa propia “pero con credibilidad” como si no supiéramos que la credibilidad es un concepto atravesado por una ideología conservadora que ha impuesto la idea de que la credibilidad proviene de la imparcialidad, de una deseable ausencia de intereses propios o partidistas. Seamos parciales y construyamos cultura revolucionaria. Construir revolución, es decir, preguntarse en todo momento qué es lo revolucionario.

Publicado en Mundo Obrero Noviembre 2016

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