domingo, 10 de julio de 2016

Entrevista que algo queda: Elvira Concheiro a Sánchez-Vázquez ( y II)


Yo era un militante de fila, no podía tener acceso a cierta información, sabía lo que se publicaba y únicamente lo que se me decía. Un fenómeno exterior que pudo haber influido mucho en nuestra formación, como influyó de manera positiva después, los famosos procesos de Moscú, tuvieron lugar durante la guerra de España; nosotros no teníamos información ninguna, o sea, que no había elementos que pudieran influir en nuestro entusiasmo, en nuestra formación. En aquel momento, no tenía ninguna discrepancia con la línea política ni con la posición del partido. Fue posteriormente, cuando uno ha tenido ya información de ciertos hechos.
Pero para mí sigue quedando la conclusión de que la política –con las limitaciones y defectos que se pudieran señalar– del partido, en la guerra, fue la correcta, frente a las demás fuerzas políticas que no tenían una visión de lo que se tenía que hacer. Entonces, sigo pensando como pensaba entonces.

En esa militancia, ¿tuviste alguna formación marxista en las juventudes?

Como te darás cuenta, por lo que te dije de la Juventud Comunista en Málaga, había muy poco espacio para la formación teórica. Además, ahí lo que se valoraba era la práctica en el sentido más inmediato y más directo. Así que, mientras estuve en la Juventud Comunista, mi formación teórica fue muy débil, aparte de que no tenía entonces una formación, una preocupación teórica de carácter filosófico, mi vocación era literaria. De tal manera, mi marxismo era un marxismo muy simplista, el que podía leer en el manifiesto.
En la guerra, toda nuestra actividad era militar y no había tiempo para una formación de ese tipo; mi formación teórica fue en el exilio, cuando me planteé la necesidad de una formación de ese tipo.

¿Cómo fue tu salida de España?

Mi salida de España... estaba en esta unidad militar, en el V cuerpo del ejército. Las cosas se habían agravado mucho, obligándonos a la retirada y ya el último día, cuando estaba dándose la orden de retirada –he de decirte que el periódico nuestro, lo tengo por ahí, salió hasta el ultimo día, con el manifiesto de nuestros jefes militares, explicando por qué había que pasar la frontera, nuestro periódico salió en todo momento–, en ese momento, se me ordenó, por parte del estado mayor de Líster, que me dirigiera a la frontera que estaba aproximadamente a unos 30 o 40 km, con la orden de que localizara un camión nuestro, que estaba junto a la frontera esperando instrucciones, porque ese camión estaba lleno de documentos importantes nuestros. Se me dio la orden de que llegara al camión y lo dinamitara; de esta manera, los documentos desaparecerían.
Iba en un coche, con mi chofer, y esos 30 o 40 km nos fueron muy difíciles de pasar, porque parte de los puentes ya estaba prácticamente dinamitada, había que hacer unos grandes rodeos. Total, con grandes dificultades pude llegar a la frontera para cumplir esta orden, pero cuando llegué los mismos del camión habían huido. Entonces, ya no pude regresar al puesto de mando porque era muy difícil y las tropas de Franco estaban avanzando; pude pasar por otro punto de la frontera, con mi chofer y mi coche, pero sin contacto con mi unidad militar. Pasé la frontera y dije a mi chofer: “como yo hablo francés, voy a decir aquí al gendarme que soy periodista francés, para que nos deje pasar con el coche y, cuando pasemos el coche, lo malvendemos y nos encontramos con…”, pero el chofer me interrumpió: “no, no, ya aquí nadie manda nada”. Prácticamente se me rebeló y tuve que pasar a pie.
Afortunadamente, pasé la frontera, dejé mi pistola allí porque había que dejar las armas allí. Iba con Enrique Rebolledo, que sería después mi cuñado, y mi idea era ir a la ciudad de Perpinang, que estaba relativamente cerca, donde iban a estar nuestros jefes militares, para tener contacto con ellos, para ver qué hacíamos.
Caminé por la carretera aquella, llena de soldados, pero los gendarmes nos decían que nos dirigiéramos hacia tal punto donde estaba el campo de concentración de Angelé. Hice todo lo posible para no ir al campo. Me desvié varias veces de la carretera. Por la noche, volvíamos a la carretera y desandábamos lo que habíamos andado para no ir al campo. En fin, después de muchas peripecias pudimos llegar a Perpinang y pude hacer contacto con Líster y con Santiago Álvarez y pocos días después me encargaron que fuera a París a ponerme en contacto con los camaradas allá. Me dirigí en coche con Santiago a París. Antes de llegar, Santiago –que iba con pasaporte, con documentación, yo iba sin nada– me dijo: “mira, para no complicar, tenemos que separarnos; voy a seguir con el coche y tú a ver cómo le haces para entrar en París”. Y, bueno, entré a París... (Hay muchas anécdotas; podría contarte cuarenta…).
Llegué a París, llevaba la dirección de un camarada francés; me dijeron: “cuando llegues a París, ponte en contacto con él”. Pero llego a esa dirección y ese camarada allí no vivía. Me encuentro en París, sin dinero, sin pasaporte y sin saber a dónde acudir. Entonces, vi un periódico, el periódico del partido, y había allí una dirección de un comité de ayuda a los soldados españoles. “Ah, pues voy a ir allá”.
Les expliqué la situación y me buscaron para que fuera: “no, pues esta noche vas a dormir en la casa de un camarada francés y mañana ya veremos qué hacemos”.
Bueno, entonces fui a la casa de este camarada; me recibió muy bien y demás. A todo esto, para nosotros estaba prohibido estar allí. Solamente a los ministros y jefes militares que tienen un pasaporte habían autorizado a estar en París y nosotros no teníamos invitación; así que a todo español que se encontraba allí lo detenían, era muy complicado hospedarse en París. Este camarada me recibe muy bien. “Pues yo vengo con la instrucción de quedarme en tu casa” y me dice: “bueno, voy a ver, voy ahablar con mi mujer”. Sale y dice: “dice mi mujer que no, que es muy difícil, que es muy comprometido, en fin, que me pueden detener también”. “Entonces, ¿qué hago?”, “voy a llevarte a un hotel”, y resulta un hotel alejado de París, inmediatamente percibí que era un hotel de paso. Me recibió alguien que se ve que tenía contacto con el partido y me dijo: “sí, puedes quedarte, pero a las 6 de la mañana tienes que irte, porque poco después va a llegar la policía”.
Después de eso, estuve en París por un mes, con dificultades pues continuaba el riesgo de estar sin documentación, con unos francos, lo necesario para poder comer en el restaurante más modesto, no para desayunar ni para cenar, hasta que la unión de escritorios franceses nos envió a un grupo de escritores a un albergue, en los alrededores de París, justamente, donde ahora está el aeropuerto De Gaulle. Allí estaba ese pueblecito con el albergue preparado para ayudar a los intelectuales españoles. Allí, estuve aproximadamente un mes, con Juan Rejano; estuvimos muy bien, tranquilos, pero, claro, con la incertidumbre de “¿a dónde vamos?”
El partido había decidido que yo fuera a la URSS; uno no podía decidir a donde iba.
Me dijeron entonces: “hemos decidido que vayas a la URSS”, pero parecía mentira; el problema de las visas se alargaba y no había manera de llegar. Al mismo tiempo – estamos hablando de mayo de 1939–, el peligro de guerra se acercaba, la Segunda Guerra Mundial estallaría justamente en septiembre de ese año; los camaradas dijeron “no”.
Surgió entonces el extraordinario ofrecimiento de Cárdenas, de brindar asilo a los españoles, ilimitado. Los camaradas decidieron que me iba a México –así como pudieron decidir que fuera a Australia. “Te vas a ir a México”, ah, pues preferible, porque ir a la URSS con aquel clima, con otro idioma, en fin... Al poco tiempo de estar en este albergue, recibimos las instrucciones para ir al puerto de Set, en el Mediterráneo, para embarcar a México. Llegamos Rejano y yo a Set y todavía allí tuvimos problemas, porque no nos embarcamos inmediatamente y hubo que esperar unos días.
Paseando un día por la calle, matando el tiempo mientras nos embarcábamos, un gendarme se nos acerca y nos pide la documentación, entonces le digo: “mire, no tenemos papeles, pero nosotros vamos a embarcar dentro de unos días, creo que al gobierno francés le encantará que salgamos del país, en cambio si usted nos detiene, pues es una complicación más para el gobierno, déjenos tranquilos”. Dice: “no, no, órdenes son órdenes; si no tiene documentación, queda usted detenido”.
Menudo paquete, bueno pues ni modo y le digo: “pero déjeme usted pasar por el local de una oficina de auxilio a los republicanos españoles para que recoja ahí unos…” “si, cómo no, entre usted pero salga enseguida” y claro yo entré allí por una puerta y salí por otra y nunca más volví con el gendarme.
Rejano y yo nos quedamos en un hotelucho, pero sin poder salir, hasta que pudimos embarcar en el famoso Sinaya y embarcamos y era la felicidad. Nosotros éramos unos 2000 exiliados. Al frente del barco, venía con nosotros Susana Gamboa, la mujer de Fernando Gamboa, el famoso director de museo. Ella, de cierta manera, venía encargada por el gobierno mexicano.
En el barco, la pasamos relativamente bien, claro, después de pasar tanta cosa.
Teníamos conferencias sobre México, pues no teníamos la menor idea; bueno, yo tenía alguna. No teníamos idea de México, sobre la revolución mexicana, sobre la reforma agraria, sobre la educación, sobre Cárdenas.
En cierto modo, lo pasábamos relativamente bien, teniendo en cuenta lo que habíamos pasado. Como venía soltero, no tenía derecho a camarote. Los camarotes eran para los matrimonios y con hijos. Estaba en la bodega del barco, con Juan Rejano y con Pedro Garfias. Fue Garfias quien una mañana nos recitó, porque el prácticamente no escribía, el poema ese famoso “Entre España y México”. Fuimos Rejano y yo los primeros en conocerlo; entonces, la travesía resultó bien.
Teníamos cierta información de México, un tanto idealizada, claro, la revolución; para nosotros, la palabra revolución era una palabra sagrada, un país que había tenido una revolución, un país de revolucionarios y veníamos muy ilusionados y así llegamos a Veracruz.
Voy a decirle dos cosas, volviendo un poco antes, de cuáles eran mis ideas de México. En los a ños a que me refiero, los años de la república y de la guerra civil, o sea, los años treinta, no se sabía nada de México. (Bueno, si no se sabe nada hoy, si usted llega a España un mes y no se publica ninguna noticia de M éxico, excepto noticias desagradables, no hay ninguna información; en Europa, la información sobre América Latina es limitadísima; imagínese lo que sería en aquellos tiempos). Se hablaba de Pancho Villa, de que los curas eran perseguidos por la revolución, cosas de este tipo.
Tuve mi primera información de México con un mexicano. Un escritor mexicano, Andrés Idearte. Él estaba en España el año antes de la guerra, con una beca de la Universidad Obrera, que dirigía Vicente Lombardo Toledano. Estaba por un asunto familiar; había tenido un pleito de familia, en Tabasco. En defensa propia, había matado a un primo suyo y tuvo que irse a España y se fue con esta beca. Era un escritor joven, mayor que yo, pero joven todavía, con una formación intelectual y política y fue el primero que me habló de México, de la revolución, y me di yo una idea de quien era Cárdenas. Ya luego yo lo ayudé mucho porque fue a Málaga y en Málaga, en aquel caos, una persona que no tenía ningún documento de apoyo a la república podía tener dificultades y le di un carnet de la JSU, con una serie de avales y demás. En fin, volví a verlo en México muchos años después. A través de Iduarte tuve mi primer idea de lo que era México.
La segunda fue en Málaga, porque en Málaga se formó un batallón en aquellos primeros meses en los que no había ejército y todo eran batallones de voluntarios, espontáneos. Se formó para corresponder a la ayuda de México y a la ayuda de Cárdenas, de mil fusiles, que aunque simbólicos eran muy importantes. Se formó un batallón de la Juventud al que se llamó Batallón México y se me encargó a mí, que yo diera el discurso, en el acto de abanderamiento, antes de salir al frente el batallón.
Así que tuve que informarme sobre México. Fui con el Cónsul, quien me dejó algún libro. Me acuerdo de todo el nombre: Historia de México, de Antonio Teja Sabre y en él me documenté sobre la revolución y sobre el cardenismo y así ofrecí mi discurso sobre México. Esa era la idea que yo tenía de México.

05/05/2009

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