Yo era un militante
de fila, no podía tener acceso a cierta información, sabía lo que
se publicaba y únicamente lo que se me decía. Un fenómeno exterior
que pudo haber influido mucho en nuestra formación, como influyó de
manera positiva después, los famosos procesos de Moscú, tuvieron
lugar durante la guerra de España; nosotros no teníamos información
ninguna, o sea, que no había elementos que pudieran influir en
nuestro entusiasmo, en nuestra formación. En aquel momento, no tenía
ninguna discrepancia con la línea política ni con la posición del
partido. Fue posteriormente, cuando uno ha tenido ya información de
ciertos hechos.
Pero para mí sigue
quedando la conclusión de que la política –con las limitaciones y
defectos que se pudieran señalar– del partido, en la guerra, fue
la correcta, frente a las demás fuerzas políticas que no tenían
una visión de lo que se tenía que hacer. Entonces, sigo
pensando como pensaba entonces.
En esa militancia,
¿tuviste alguna formación marxista en las juventudes?
Como te darás
cuenta, por lo que te dije de la Juventud Comunista en Málaga, había
muy poco espacio para la formación teórica. Además, ahí lo que se
valoraba era la práctica en el sentido más inmediato y más
directo. Así que, mientras estuve en la Juventud Comunista, mi
formación teórica fue muy débil, aparte de que no tenía entonces
una formación, una preocupación teórica de carácter filosófico,
mi vocación era literaria. De tal manera, mi marxismo era un
marxismo muy simplista, el que podía leer en el manifiesto.
En la guerra, toda
nuestra actividad era militar y no había tiempo para una formación
de ese tipo; mi formación teórica fue en el exilio, cuando me
planteé la necesidad de una formación de ese tipo.
¿Cómo fue tu
salida de España?
Mi salida de
España... estaba en esta unidad militar, en el V cuerpo del
ejército. Las cosas se habían agravado mucho, obligándonos a la
retirada y ya el último día, cuando estaba dándose la orden de
retirada –he de decirte que el periódico nuestro, lo tengo por
ahí, salió hasta el ultimo día, con el manifiesto de nuestros
jefes militares, explicando por qué había que pasar la frontera,
nuestro periódico salió en todo momento–, en ese momento, se me
ordenó, por parte del estado mayor de Líster, que me dirigiera a la
frontera que estaba aproximadamente a unos 30 o 40 km, con la orden
de que localizara un camión nuestro, que estaba junto a la frontera
esperando instrucciones, porque ese camión estaba lleno de
documentos importantes nuestros. Se me dio la orden de que llegara al
camión y lo dinamitara; de esta manera, los documentos
desaparecerían.
Iba en un coche, con
mi chofer, y esos 30 o 40 km nos fueron muy difíciles de pasar,
porque parte de los puentes ya estaba prácticamente dinamitada,
había que hacer unos grandes rodeos. Total, con grandes dificultades
pude llegar a la frontera para cumplir esta orden, pero cuando llegué
los mismos del camión habían huido. Entonces, ya no pude regresar
al puesto de mando porque era muy difícil y las tropas de Franco
estaban avanzando; pude pasar por otro punto de la frontera, con mi
chofer y mi coche, pero sin contacto con mi unidad militar. Pasé la
frontera y dije a mi chofer: “como yo hablo francés, voy a decir
aquí al gendarme que soy periodista francés, para que
nos deje pasar con el coche y, cuando pasemos el coche, lo
malvendemos y nos encontramos con…”, pero el chofer me
interrumpió: “no, no, ya aquí nadie manda nada”. Prácticamente
se me rebeló y tuve que pasar a pie.
Afortunadamente,
pasé la frontera, dejé mi pistola allí porque había que dejar las
armas allí. Iba con Enrique Rebolledo, que sería después mi
cuñado, y mi idea era ir a la ciudad de Perpinang, que estaba
relativamente cerca, donde iban a estar nuestros jefes militares,
para tener contacto con ellos, para ver qué hacíamos.
Caminé por la
carretera aquella, llena de soldados, pero los gendarmes nos decían
que nos dirigiéramos hacia tal punto donde estaba el campo de
concentración de Angelé. Hice todo lo posible para no ir al campo.
Me desvié varias veces de la carretera. Por la noche, volvíamos a
la carretera y desandábamos lo que habíamos andado para no ir al
campo. En fin, después de muchas peripecias pudimos llegar a
Perpinang y pude hacer contacto con Líster y con Santiago Álvarez y
pocos días después me encargaron que fuera a París a ponerme en
contacto con los camaradas allá. Me dirigí en coche con Santiago a
París. Antes de llegar, Santiago –que iba con pasaporte, con
documentación, yo iba sin nada– me dijo: “mira, para no
complicar, tenemos que separarnos; voy a seguir con el coche y tú a
ver cómo le haces para entrar en París”. Y, bueno, entré a
París... (Hay muchas anécdotas; podría contarte cuarenta…).
Llegué a París,
llevaba la dirección de un camarada francés; me dijeron: “cuando
llegues a París, ponte en contacto con él”. Pero llego a esa
dirección y ese camarada allí no vivía. Me encuentro en París,
sin dinero, sin pasaporte y sin saber a dónde acudir. Entonces, vi
un periódico, el periódico del partido, y había allí una
dirección de un comité de ayuda a los soldados españoles. “Ah,
pues voy a ir allá”.
Les expliqué la
situación y me buscaron para que fuera: “no, pues esta noche vas a
dormir en la casa de un camarada francés y mañana ya veremos qué
hacemos”.
Bueno, entonces fui
a la casa de este camarada; me recibió muy bien y demás. A todo
esto, para nosotros estaba prohibido estar allí. Solamente a los
ministros y jefes militares que tienen un pasaporte habían
autorizado a estar en París y nosotros no teníamos invitación; así
que a todo español que se encontraba allí lo detenían, era muy
complicado hospedarse en París. Este camarada me recibe muy bien.
“Pues yo vengo con la instrucción de quedarme en tu casa” y me
dice: “bueno, voy a ver, voy ahablar con mi
mujer”. Sale y dice: “dice mi mujer que no, que es muy difícil,
que es muy comprometido, en fin, que me pueden detener también”.
“Entonces, ¿qué hago?”, “voy a llevarte a un hotel”, y
resulta un hotel alejado de París, inmediatamente percibí que era
un hotel de paso. Me recibió alguien que se ve que tenía contacto
con el partido y me dijo: “sí, puedes quedarte, pero a las 6 de la
mañana tienes que irte, porque poco después va a llegar la
policía”.
Después de eso,
estuve en París por un mes, con dificultades pues continuaba el
riesgo de estar sin documentación, con unos francos, lo necesario
para poder comer en el restaurante más modesto, no para desayunar ni
para cenar, hasta que la unión de escritorios franceses nos envió a
un grupo de escritores a un albergue, en los alrededores de París,
justamente, donde ahora está el aeropuerto De Gaulle. Allí estaba
ese pueblecito con el albergue preparado para ayudar a los
intelectuales españoles. Allí,
estuve aproximadamente un mes, con Juan Rejano; estuvimos muy bien,
tranquilos, pero, claro, con la incertidumbre de “¿a dónde
vamos?”
El partido había
decidido que yo fuera a la URSS; uno no podía decidir a donde iba.
Me dijeron entonces:
“hemos decidido que vayas a la URSS”, pero parecía mentira; el
problema de las visas se alargaba y no había manera de llegar. Al
mismo tiempo – estamos hablando de mayo de 1939–, el peligro de
guerra se acercaba, la Segunda Guerra Mundial estallaría justamente
en septiembre de ese año; los camaradas dijeron “no”.
Surgió entonces el
extraordinario ofrecimiento de Cárdenas, de brindar asilo a los
españoles, ilimitado. Los camaradas decidieron que me iba a México
–así como pudieron decidir que fuera a Australia. “Te vas a ir a
México”, ah, pues preferible, porque ir a la URSS con aquel clima,
con otro idioma, en fin... Al poco tiempo de estar en este albergue,
recibimos las instrucciones para ir al puerto de Set, en el
Mediterráneo, para embarcar a México. Llegamos Rejano y yo a Set y
todavía allí tuvimos problemas, porque no nos embarcamos
inmediatamente y hubo que esperar unos días.
Paseando un día por
la calle, matando el tiempo mientras nos embarcábamos, un gendarme
se nos acerca y nos pide la documentación, entonces le digo: “mire,
no tenemos papeles, pero nosotros vamos a embarcar dentro de unos
días, creo que al gobierno francés le encantará que salgamos del
país, en cambio si usted nos detiene, pues es una complicación más
para el gobierno, déjenos tranquilos”. Dice: “no, no, órdenes
son órdenes; si no tiene documentación, queda usted detenido”.
Menudo paquete,
bueno pues ni modo y le digo: “pero déjeme usted pasar por el
local de una oficina de auxilio a los republicanos españoles para
que recoja ahí unos…” “si, cómo no, entre usted pero salga
enseguida” y claro yo entré allí por una puerta y salí por otra
y nunca más volví con el gendarme.
Rejano y yo nos
quedamos en un hotelucho, pero sin poder salir, hasta que pudimos
embarcar en el famoso Sinaya y embarcamos y era la felicidad.
Nosotros éramos unos 2000 exiliados. Al frente del barco, venía con
nosotros Susana Gamboa, la mujer de Fernando Gamboa, el famoso
director de museo. Ella, de cierta manera, venía encargada por el
gobierno mexicano.
En el barco, la
pasamos relativamente bien, claro, después de pasar tanta cosa.
Teníamos
conferencias sobre México, pues no teníamos la menor idea; bueno,
yo tenía alguna. No teníamos idea de México, sobre la revolución
mexicana, sobre la reforma agraria, sobre la educación, sobre
Cárdenas.
En cierto modo, lo
pasábamos relativamente bien, teniendo en cuenta lo que habíamos
pasado. Como venía soltero, no tenía derecho a camarote. Los
camarotes eran para los matrimonios y con hijos. Estaba en la bodega
del barco, con Juan Rejano y con Pedro Garfias. Fue Garfias quien una
mañana nos recitó, porque el prácticamente no escribía, el poema
ese famoso “Entre España y México”. Fuimos Rejano y yo los
primeros en conocerlo; entonces, la travesía resultó bien.
Teníamos cierta
información de México, un tanto idealizada, claro, la revolución;
para nosotros, la palabra revolución era una palabra sagrada, un
país que había tenido una revolución, un país de revolucionarios
y veníamos muy ilusionados y así llegamos a Veracruz.
Voy a decirle dos
cosas, volviendo un poco antes, de cuáles eran mis ideas de México.
En los a ños a que me refiero, los años de la república y de la
guerra civil, o sea, los años treinta, no se sabía nada de México.
(Bueno, si no se sabe nada hoy, si usted llega a España un mes y no
se publica ninguna noticia de M éxico, excepto noticias
desagradables, no hay ninguna información; en Europa, la información
sobre América Latina es limitadísima; imagínese lo que sería en
aquellos tiempos). Se hablaba de Pancho Villa, de que los curas eran
perseguidos por la revolución, cosas de este tipo.
Tuve mi primera
información de México con un mexicano. Un escritor mexicano, Andrés
Idearte. Él estaba en España el año antes de la guerra, con una
beca de la Universidad Obrera, que dirigía Vicente Lombardo
Toledano. Estaba por un asunto familiar; había tenido un pleito de
familia, en Tabasco. En defensa propia, había matado a un primo suyo
y tuvo que irse a España y se fue con esta beca. Era un escritor
joven, mayor que yo, pero joven todavía, con una formación
intelectual y política y fue el primero que me habló de México, de
la revolución, y me di yo una idea de quien era Cárdenas. Ya luego
yo lo ayudé mucho porque fue a Málaga y en Málaga, en aquel
caos, una persona que no tenía ningún documento de apoyo a la
república podía tener dificultades y le di un carnet de la JSU, con
una serie de avales y demás. En fin, volví a verlo en México
muchos años después. A través de Iduarte tuve mi primer idea de lo
que era México.
La segunda fue en
Málaga, porque en Málaga se formó un batallón en aquellos
primeros meses en los que no había ejército y todo eran batallones
de voluntarios, espontáneos. Se formó para corresponder a la ayuda
de México y a la ayuda de Cárdenas, de mil fusiles, que aunque
simbólicos eran muy importantes. Se formó un batallón de la
Juventud al que se llamó Batallón México y se me encargó a mí,
que yo diera el discurso, en el acto de abanderamiento, antes de
salir al frente el batallón.
Así que tuve que
informarme sobre México. Fui con el Cónsul, quien me dejó algún
libro. Me acuerdo de todo el nombre: Historia de México, de Antonio
Teja Sabre y en él me documenté sobre la revolución y sobre el
cardenismo y así ofrecí mi discurso sobre México. Esa era la idea
que yo tenía de México.
05/05/2009
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