MANIFIESTO FINAL:
CONTRA LA CONFUSIÓN.
No hay más
crítica que la crítica que sirve al lector, y no hay más servicio
al lector que la información.
La
información no es un ejercicio de estilo, no es un discurso sin
argumentos, no es erudición gratuita, no es una impresión, ni
siquiera una elección del gusto. Tampoco es publicidad.
Informar es
ofrecer las claves necesarias para interpretar lo que cada obra
propone: la corriente literaria a la que pertenece, la visión del
mundo que contiene y las referencias del proyecto literario de su
autor. Lo demás es ruido.
Hasta ahora
la crítica no ha informado porque no ha sido independiente. El
crítico se ha preocupado más de su supervivencia que de la función
propia de su oficio, su falta de criterio le ha obligado a navegar
entre la tolerancia y el sometimiento, su miedo a definirse le ha
conducido a la ambigüedad, su cobardía le ha convertido en un
gacetillero.
Hasta ahora
el crítico ha trabajado a espaldas del lector. Le ha impuesto una
lectura: la suya. Ha apartado a la obra de la sociedad y la ha puesto
al servicio de sus intereses, de su discurso. La forma pura es el
último refugio de la falta de ideas.
Una crítica
débil hace una literatura débil. Lo mediocre se convierte en
suficiente. En ausencia de una escala de valores, todo vale. Nada
está mal, y, por tanto, nada está bien. La crítica no ha querido,
o no ha sabido, definir esta escala. La palabrería ha amordazado a
la palabra.
Sin embargo,
el crítico no es el único responsable de este deterioro.
Editores,autores, medios de comunicación e instituciones han
permitido, fomentado o utilizado la confusión en su provecho. El
editor, al primar la crítica consentidora e interferir en la
independencia del crítico con el arma permanente de su cuenta de
publicidad. El autor, al dejarse deslumbrar ingenuamente por las
promesas de un mercado que le exige una presencia permanente y una
autopromoción servil, olvidando, con interesada complacencia, la
responsabilidad que, lo quiera o no, su condición le confiere. Los
medios de comunicación, al carecer de una línea definida en el
tratamiento de la información cultural e imponer al crítico una
relación inorgánica, eventual y sujeta a toda clase de vaivenes.
Las instituciones, al haber elevado el confusionismo cultural a la
categoría de programa político. Unos y otros, han terminado por
hacer de la crítica un instrumento débil e incapaz. El tejido de
intereses ha creado un ambiente de autosatisfacción en el que
cualquier intento de crítica real, independiente, se vive como una
amenaza.
La literatura
española de los últimos años no pasa de ser, con excepciones, una
suma de productos espontáneos, aislados e indecisos. Ha sufrido las
consecuencias de una crítica superficial y desorientada. Se ha
contagiado de su arbitrariedad, se ha relajado. “Escribir bien”
se ha convertido en su única tarea. Ha olvidado que la literatura es
una respuesta a la vida. Carece de intencionalidad. No expresa ideas
y, a menudo, no sabe lo que expresa. Insoportable frivolidad.
Escuchar lo que
la obra dice. Interpretar, valorar e informar sobre ella sin perder
de vista el horizonte social en el que se genera y se consume.
Esforzarse para que la literatura no retroceda ni se estanque. No
considerar la historia de la literatura como algo inmutable y
acabado, sino como un proceso en continua revisión. Argumentar,
situar, comparar y revisar para no confundir a los otros. La
experiencia lectora de la crítica debe ser lo más transparente
posible. El crítico puede equivocarse, pero no puede equivocar.
Devolver a la
crítica la legitimidad y funciones de las que hoy carece es una
necesidad urgente.
Por eso
reclamamos una crítica que atienda a la visión del mundo que cada
obra contiene, a sus resonancias culturales, a su marco ideológico,
a sus intenciones, a su sentido, a su significación en un momento
literario concreto o en una tradición determinada, a sus
aportaciones formales y a sus grandes líneas argumentales.
Informar,
esclarecer, no confundir.
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