viernes, 31 de julio de 2015

Para una pequeña historia de la crítica literaria: El manifiesto que nunca llegó a manifestarse 1




El manifiesto sobre la crítica que nunca llegó a manifestarse.
                                                                                                  Colectivo Todoazen.
Nota previa.

En la primavera de 1987 la dirección del diario El País contrató al escritor Alejandro Gándara para encomendarle la coordinación del suplemento Libros que por entonces publicaba el periódico. Gándara que había publicado con buenos ecos de crítica sus dos primeras novelas, La media distancia, Punto de fuga, en la editorial Alfaguara había despertado crédito como escritor representativo de lo que entonces empezó a llamarse la Nueva Narrativa Española, reunió a un grupo de críticos que hasta ese momento venía realizando sus trabajos en otros medios. Entre ellos Santos Alonso, Juan Carlos Suñen, Constantino Bértolo, Nora Catelli, Luis María Brox, Ernesto Ayala-Dip y Juan Luis Conde.
Hasta donde se nos alcanza conocer este núcleo de críticos, en el que se integraba el propio Gándara, entendió y asumió la conveniencia de redactar y publicar a modo de propuesta enunciativa un manifiesto sobre el estado de la crítica literaria en España. Con tal propósito, y sin que podamos determinar el grado de implicación e intervención en su redacción de cada uno de los críticos mencionados, se elaboraron dos borradores- Contra la confusión (1), Contra la confusión (2) - que una vez analizados y ponderados por el grupo dieron lugar, a modo de síntesis, a un texto final – Manifiesto contra la confusión - que sin embargo no llegó a ser publicado al no recibir al parecer el nihil obstat correspondiente de los por entonces responsables de la sección de cultura del diario.
Con mayor o menor continuidad este grupo de críticos llevaría a cabo su tarea entre ese año de 1987 hasta el cese como coordinador en 1991 de Gándara como coordinador del suplemento en unas circunstancias que permanecen sin esclarecer hasta el momento. Más allá del valor propio que pueda concederse a estos textos – en los que sin duda no falta ni lucidez ni ingenuidad, ni atrevimiento ni cierta pedantería – entendemos que constituyen un documento literario cuya publicación mediante este blog puede resultar de interés para aquellos y aquellas interesados en la pequeña historia de la crítica en los medios de comunicación. Por mera cuestión de la disposición gráfica más conveniente publicaremos en un primer post con el primer borrador y de manera simultánea un segundo post con el segundo borrador para finalmente en fechas próximas dar a conocer el texto del Manifiesto final.
El Colectivo Todoazen agradecería cualquier intervención que sirviese para ampliar hechos o circunstancias relacionadas con esta información.


CONTRA LA CONFUSIÓN (1).

Conviene decirlo pronto: la situación actual de la crítica literaria en España es lamentable. La teoría literaria, después de que la lingüística, la semiótica, el estructuralismo y los postestructuralismos convulsionaran las estancadas aguas de la estilística, ha desaparecido y sus esporádicas aportaciones permanecen ajenas e ignoradas en los recintos de alguna universidad californiana. La crítica de tono y rango universitario se salva como puede -y puede poco- de los estragos que el derrumbamiento de la teoría literaria le ha traspasado, y en pocos, o ningún caso, sobrepasa las fronteras de las aulas para irrumpir en la sociedad. El ensayo literario de apreciación e interpretación de obras y autores no va más allá de ser un archipiélago con escasas aunque meritorias muestras que cumplen el triste papel de poner de manifiesto el inmenso vacío que las rodea. Por último, la crítica literaria que se oficia desde los medios de comunicación, y que sustancialmente se concentra en los suplementos literarios de los periódicos, parece gozar de una salud excelente desde el punto de vista cuantitativo, pero, a poco que se la observe con atención, se descubre que soporta un peso excesivo para sus peculiares características y muestra síntomas de agotamiento e incapacidad. Sobre los problemas que atañen a esta última forma de crítica queremos manifestarnos.
Por un lado, domina en ella la concepción de que la obra literaria es un objeto artístico independiente de la sociedad donde se crea y consume: apenas se pone en relación el texto literario y a su autor con las coordenadas culturales e ideológicas de nuestro tiempo, lo que suele traducirse en una visión enciclopédica de la literatura como mera suma de productos espontáneos y aislados. Reinan los tratamientos indiferenciados respecto a obras dispares en su significación y su valor cultural, los juicios confusos emitidos con precario aval de argumentación, el provincianismo narcisista de los referentes utilizados, la pobreza de los discursos teóricos, el mimetismo mal asumido de lo foráneo y el seudoformalismo más vulgar.
La causa originaria de este estado de cosas hay que buscarla en la crisis general de los fundamentos de la crítica en todas las áreas del pensamiento contemporáneo. No se trata solo de la dispersión y neutralización mutua de las teorías estéticas, sino de la puesta en cuestión de muchos conceptos y valores centrales de la Modernidad, revisados hoy con resultados todavía inciertos y polémicos. La paulatina apropiación industrial de la cultura, así como la creciente y viciosa banalización de los referentes, han provocado la acelerada multiplicación de toda clase de productos “culturales” que se difunden sin otro fin que autopromocionarse y cooperar en un simulacro de intercambio y debate creativo. En consecuencia, la actitud reflexiva, y con ella la posibilidad de someter cualquier obra humana a la crítica del sentido, quedan desacreditadas: todo vale.
En segundo lugar, las empresas editoriales titubean. Ya no saben si la captura del mercado debe hacerse a través de la indiscriminada publicidad que rige el flujo aleatorio de las modas, o si los lectores siguen siendo la especie rara interesada aún en la literatura. Cuando los editores se inclinan hacia la primera opción, presionan para desviar al crítico incómodo y facilitar el campo de acción al sugestionable, timorato o simplemente venal; cuando se inclinan por la segunda, dicen echar en falta una crítica seria que informe y sitúe adecuadamente su producción.
Un tercer factor a considerar es la presión ejercida por el escalafón de famas, tribus y renombres, que ha dado lugar a una difusa iconosfera que los críticos han asumido de forma consciente o inconsciente hasta convertirse en sus serviles administradores.
Por último, no hay que olvidar que la actividad crítica tiene lugar en un medio de comunicación concreto que, por carecer de criterios claros en el tratamiento de la información cultural e imponer al crítico una relación inorgánica, eventual y sujeta a toda clase de vaivenes, reproduce y legitima la confusión.
Todo ello produce además, en el crítico, un evidente temor a emitir valoraciones claras, actitud que, para evitar la responsabilidad crítica y el riesgo de rror, se disfraza de una universal tolerancia y de un frívolo afán por estar en la moda y a la moda. La ausencia de cualquier autocrítica es el signo más claro del reblandecimiento de la crítica en los medios de comunicación, sometida, repetimos, a un sobredimensionamiento que puede servirle de excusa, pero que en ningún caso le resta responsabilidad. El trabajo de los críticos se ejerce hoy sin una concepción clara y rigurosa de su papel cultural, de su función como intérpretes y transmisores de sensibilidades y subjetividades colectivas o de su más clara y humilde vocación: informar con honestidad y utilidad del valor de los libros que se publican.
Entendemos por tanto que se requiere ante todo devolver la literatura al lugar que le corresponde, al lugar donde se crea, circula y consume: la sociedad.
Abogamos por una crítica que proporcione al público los elementos necesarios y suficientes para que pueda orientarse dentro de la avalancha de títulos y opciones que el mercado pone a su disposición. La crítica debe proporcionar una información cultural que de cuenta de los ecos y resonancias que cada obra despierta, y situar cada hecho literario dentro de los referentes culturales comunes a los lectores.
Creemos que la crítica debe trasmitir a los lectores la visión del mundo que cada obra encierra, su marco ideológico, su significado y jerarquía dentro de la obra del autor, de un momento literario concreto o de una tradición determinada, de sus aportaciones formales y de sus grandes líneas argumentales.
Sabemos que no hay lecturas ingenuas ni inocentes, pero es necesario que la experiencia lectora de la crítica sea lo ás transparente posible. No se nos escapa el hecho de que juzgar supone siempre un riesgo y que, por lo tanto, criterios y opiniones deben ser razonados y justificados.
Somos conscientes de que estas pretensiones requieren de la crítica una interpretación que, si necesariamente se manifiesta subjetiva, debe evitar caer en lo arbitrario.
Devolver a la crítica la legitimidad y funciones de las que hoy carece es una necesidad urgente. Es nuestro propósito contribuir a que eso sea posible y ese es el sentido de este grupo. Ignoramos si seremos nosotros quienes podamos hacer realidad tales propósitos, pero si que es necesario que se cumplan. La confusión no puede durar mucho más tiempo. A los críticos hay que exigirles conocimientos serios de historia literaria, gusto y una actitud atenta hacia los problemas formales y su significado, así como a las líneas críticas contemporáneas; a los medios de comunicación hay que pedirles criterios y opciones de opinión. Sólo así la crítica literaria podrá cumplir con el papel que le corresponde y evitar convertirse en un simple apéndice del mercado editoriales.




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